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Revaluación y desequilibrio fiscal

Salomón Kalmanovitz
25 de octubre de 2010 - 02:59 a. m.

MUCHOS EMPRESARIOS COLOMBIAnos (y de otros países) se estremecen con el panorama cambiario del futuro: fuerte devaluación del dólar, guerra entre monedas y raponazos por capturar los mercados de bienes y servicios del mundo.

Al mismo tiempo, los precios favorables de los combustibles y de las materias primas fomentan las inversiones extranjeras que presionan adicionalmente el valor de las monedas de los países que los producen.

La primera causa de la revaluación de las monedas de tantos países es la política monetaria de Estados Unidos, que ha estado demasiado laxa por demasiado tiempo. Se trata de una política terca que no ha tenido resultados ni los puede tener, pero sí tiene consecuencias graves para el resto del mundo: el exceso de dólares se riega por doquier e inunda sus canales produciendo burbujas especulativas por doquier.

Atacar este problema es posible, pero siempre será vencido por el arbitraje entre rendimientos financieros entre países. Frente a la inundación del dólar se pueden erigir diques de contención con impuestos a la entrada de capital, caso que Brasil ha hecho de manera fulminante; se puede castigar también el endeudamiento local en dólares, incluyendo, en especial, al del propio gobierno, que es el mayor de todos. El problema es que una de las defensas frente a la revaluación que tienen los exportadores locales es precisamente endeudarse en la misma moneda con que venden sus productos.

Un largo gobierno como el de Uribe, que devolvió tantos impuestos, deja como legado al sucesor tener que financiarse con deuda, buena parte de la cual se contrata en dólares, cuya traída simplemente agrava la presión revaluatoria contra el peso. Lo que hay que hacer entonces es volver a cambiar deuda por impuestos, por un monto significativo de cerca de $15 billones.

El gobierno Santos parece entender la naturaleza del problema, pero no ha querido enfrentarlo. Anuncia el fin de la deducción del 30% sobre la adquisición de activos fijos, con lo cual se gana $4 billones (el ex ministro Carrasquilla pretendía devolver $10 billones a las empresas), pero se los quiere gastar reduciendo aranceles por la misma cuantía. Espera que la presión del gasto en importaciones devalúe el peso sin tener que levantar diques administrativos. Muchos empresarios sienten escalofríos pues, fuera del dólar débil que abarata tanto las importaciones, temen que se les retire la protección que todavía reciben. Hay que considerar que el país tiene un gran déficit comercial (7,605 millones de dólares entre enero y septiembre de 2010) que no ha sido suficiente para debilitar el peso y que refleja que gasta más de lo que gana.

Otra política que puede implementar el gobierno es filtrar la inversión extranjera en minería, escogiendo bien las empresas e impidiendo la entrada de las depredadoras. Lo puede complementar con impuestos específicos a las actividades mineras, como lo acaba de aprobar el Congreso de Chile, con lo cual puede ahorrar en serio la supuesta bonanza y acercarse al equilibrio fiscal.

Finalmente, el Banco de la República puede comprar más dólares con emisión de pesos, pero no es el mejor negocio del mundo pues su rendimiento es negativo y puede tener consecuencias indeseadas, como generar burbujas especulativas como la que campea en el mercado accionario y la que se puede venir en el de finca raíz.

Entre tanto el dólar callejero está más caro que el interbancario, sugiriendo un debilitamiento del narcotráfico. ¿Habrá arbitraje?

 

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