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Revista Seamaña

Sergio Ocampo Madrid
16 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.

Desde hace unos meses, en varias facultades de comunicación social, Semana se convirtió en un ejemplo sobre cómo no hacer periodismo por el protuberante sesgo hacia la ultraderecha que empezó a adquirir desde cuando la compró el clan Gillinski, pero además por la banalización de los contenidos, y más aún por la estrategia de convertir muchos temas en un enfrentamiento ideológico, verbal, con escaramuzas al aire, jaladas de pelo y otras estrategias al estilo Laura Bozzo. Esto último, en el entendido de que a la gente le gustan los bonches y los ajetreos (lo cual tiene algo de cierto) y que eso da tráfico y circulación en internet.

A mi parecer, Publicaciones Semana también debería empezar a ser estudiada en las facultades de administración no como un caso fallido (todavía no sabemos si les va a ir bien con ese extraño coctel de vocería partidista, periódico popular y talk show), sino al menos como el ejemplo de una apuesta muy singular y arriesgada de negocio. El grupo Gillinski pagó alrededor de nueve millones de dólares el año pasado y quién sabe cuántos más este 2020 por la compra de una marca muy prestigiosa, pero que empezó a desmantelar lentamente y a desechar toda la carga reputacional de casi 40 años, con más de una cincuentena de premios nacionales e internacionales, credibilidad, liderazgo y sobre todo influencia. Felipe López entendió desde el principio que la independencia también podía ser un gran negocio. Con Gillinski, salieron en este último año cinco de los columnistas y analistas más leídos del país (Coronell, Samper, Duzán, Caballero y Ariel Ávila), el primero con baja deshonrosa, o sea despedido por la puerta de atrás como un castigo rampante hacia un contradictor sistemático del expresidente Uribe; Samper fue solidario y dijo adiós. La tercera y el cuarto se fueron el martes por incompatibilidad con el nuevo modelo, nueva ideología y nueva dirección. A Ávila le cancelaron hace menos de un mes su programa digital.

Ese mismo martes salieron otros 12 periodistas y colaboradores, incluidos el presidente, Alejandro Santos; Ricardo Calderón, el director; Rodrigo Pardo, el director editorial; Mauricio Sáenz, editor central, y el caricaturista Vladdo, todos maestros con enorme credibilidad y reconocimiento incuestionable de independencia. Me produce un enorme respeto el gesto de dignidad de todos, pero en particular el de Calderón, con 27 años en la empresa, quien no solo resignó su cargo sino la posibilidad de ser indemnizado, aun con una hipoteca de su casa que no ha terminado de pagar. Una moñona económica de Gillinski, que salió de todos los que podían ser piedra en el zapato para ese nuevo e inquietante modelo de periodismo y se ahorró cientos de millones de pesos en compensaciones por despidos. El riesgo que parece no haber previsto es el de la caída reputacional en picada, la pérdida de influencia y el alumbramiento con males congénitos de su nueva revista.

Es extraño que un exitoso grupo empresarial pague tanto dinero por comprar una marca y la desvalorice de inmediato, cuando pudo haber fundado un nuevo medio de comunicación muy poderoso con la mitad de esa plata y evitar todo ese lastre de desprestigio desde su origen. Adicional, también es desafortunado y torpe tratar de sacar adelante una propuesta que en la última década demostró haber fracasado. RCN TV llegó a ser llamado Radio Casa de Nariño, bajo Álvaro García, por ser casi un órgano de difusión del presidente Uribe; luego vino un paréntesis con Clara E. Ospina, que le devolvió algo de credibilidad, para terminar en la debacle de los últimos cinco años cuando ya se liberó de cualquier antifaz y se alinderó abiertamente con la ultraderecha. Ese experimento de apostarle a segmentar su información para llegarle básicamente a un público uribista, en la convicción errónea de que la mitad del país seguía esa corriente, no prosperó, generó grandes cuestionamientos éticos y hundió los ratings de sus noticieros a unos niveles infames para además arrastrar en su descenso al resto de la programación. Hoy el uribismo es una fuerza menguante y el expresidente es cada vez más un personaje en retirada y sin un sucesor de peso. ¿A qué apuesta Semana entonces?

Un capítulo aparte lo constituye el relevo de esos personajes de gran talla profesional e intelectual por unos mucho menores en ambos sentidos. Hace un año tuve un encontrón con Vicky Dávila en las redes cuando manifesté en un tuit (no fue una columna) que sentía vergüenza de haber sido su profesor veintitantos años atrás. Lo hice después de leer una columna suya en la que alababa el gesto inmenso y la hidalguía republicana de Álvaro Uribe al presentarse a indagatoria ante la Corte Suprema y no haberse fugado ni esquivado esa obligación. Su respuesta pública fue que no había aprendido nada de mí y que yo no había constituido ninguna influencia en su vida profesional. Ufff, qué alivio que ella misma me exonerara de toda responsabilidad. Adicional, en la línea de la estrategia uribista de la falacia ad hominem, o sea desviar el tema, atacar al oponente y descalificar de ese modo su crítica, me graduó de misógino empedernido. Así justificó mis cuestionamientos a su ética. Ante eso, mi actitud fue el silencio por el cliché y falta de imaginación de su respuesta, porque estoy convencido de que uno no puede acreditar como contradictor a cualquiera, y sobre todo porque ese es el combustible que alimenta su periodismo, muy pobre en lo conceptual, deleznable en lo ético y muy variado en sus recursos del alboroto y la teatralidad. Eso le genera rating, como se lo generaba a Laura Bozzo, pero no produce respeto ni credibilidad. Ese periodismo de pantomima e irrelevancia amarillista parece ser la apuesta de Gillinski al sacar (o facilitarle la salida) a un Coronell, un Santos, un Calderón, un Pardo, un Sáenz, a un Vladdo, a una Duzán, y reemplazarlos por ya saben quiénes.

En otras circunstancias, aplaudiría de pie que alguien de la base, de provincia además, mujer además, llegara a dirigir un medio tan poderoso. Acá no aplica el aplauso. No sería justo terminar esta columna sin mencionar a esos otros reporteros y editores que también renunciaron la semana pasada. Quedarse sin empleo por decisión propia, en tiempos de pandemia es, en verdad, un acto de total heroísmo, y hacerlo por dignidad y convicción también es algo que debería estudiarse en las facultades. Un homenaje entonces a José Monsalve, Juan Pablo Vásquez, Johanna Álvarez, Jaime Flórez, Ruby Marcela Pérez, Tatiana Jaramillo, Astrid Suárez y Federico Gómez Lara.

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Adrianus(87145)17 de noviembre de 2020 - 02:42 a. m.
Aplausos a su columna señor Ocampo. Muy extraño eso que hicieron con la revista. Quedó plenamente al servicio de la casa de nari, sin ningún escrúpulo.
Assia(26182)17 de noviembre de 2020 - 01:32 a. m.
Gracias Sergio Ocampo Madrid, el contenido de su columna es el reflejo de lo que sucedió en la revista Semana. Y su alumna... palabras que lo elevan a usted y la desmerecen a ella. Los periodistas renunciantes de Semana son nuestros HEROES.
Alberto(3788)16 de noviembre de 2020 - 11:54 p. m.
Magnífica columna, da en el blanco. La infamia y la inmoralidad, el estilo laura en América ahora son la marca de un medio que tuvo prestigio.
Hernan(7821)16 de noviembre de 2020 - 07:52 p. m.
Ves Apenitas como tus comentarios greco Quimbaya rebuscados son el motivo de risa y burla en este foro. No te esforcéis tanto, que aquí todos sabemos que lo que dices es mera basura.
-(-)16 de noviembre de 2020 - 03:20 p. m.
Este comentario fue borrado.
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