Revivamos nuestra historia

Nicolás Uribe Rueda
16 de junio de 2019 - 08:00 a. m.

Desde que tuvo la oportunidad de intervenir en el Congreso como ministro de Justicia del presidente Betancur, Rodrigo Lara Bonilla denunció sin ambigüedades el poder corruptor del narcotráfico, que con su dinero se pavoneaba alevosamente y sin censura por la sociedad, la economía y la política. Asumiendo estoicamente los riesgos que luego lo llevaron a la muerte, con nombre propio, cargó contra Pablo Escobar, entonces representante a la Cámara, y sus socios criminales, quienes montaron contra él una terrible campaña de desprestigio que incluyó, como es costumbre, mentiras por montones, montajes y sendas denuncias por injuria y calumnia sustentadas en ausencia de condenas judiciales en su contra.

El diario El Espectador, convencido de la veracidad de las denuncias del ministro Lara Bonilla y consciente del momento histórico, buscó en sus archivos y republicó una nota impresa del año 76 que estaba en el olvido, en donde se informaba de la captura de Escobar y otros narcos al haber sido sorprendidos con cerca de 20 kilos de coca. Don Guillermo Cano, en agosto del 83, no vaciló en escribir en su Libreta de apuntes el famoso editorial “Dónde están que no los ven?”, donde se preguntaba por las razones por las cuales, ante tanta evidencia, la justicia no era capaz de capturar y poner tras las rejas a estos criminales: “¿De qué raro y exótico privilegio disfrutan estos traficantes de la droga y mercaderes de la muerte para que contra ellos la justicia no logre avanzar un paso en el esclarecimiento de los delitos que se les atribuyen y de los cuales parecen existir abundantes pruebas?”.

Apenas unos años más tarde, ya cuando Escobar había declarado la guerra total contra el Estado y no pocos de quienes lo combatieron habían sido asesinados, el mecanismo de la extradición quedó sin piso legal cuando la Corte Suprema de Justicia, en dos sentencias exóticas, decidió declarar inexequible el tratado con Estados Unidos, porque la ley que lo contenía había sido sancionada por el ministro delegatario de funciones presidenciales y no por el presidente de la República en persona.

Galán, una víctima futura de Escobar, en medio de tanta soledad para enfrentar el narcotráfico, afirmaba que el país andaba en unas “largas vacaciones morales” y anticipaba las inenarrables consecuencias de tanta inacción, tanta complicidad y tanta pasividad frente a este fenómeno criminal.

Nuestros días son el reflejo de una historia ya vivida y Santrich está en el Congreso.

La sociedad no está reaccionando adecuadamente por su supervivencia, y por cuenta de los malabarismos y acrobacias interpretativas de todas las altas cortes con ocasión del proceso de paz se han cambiado las reglas de la extradición, se ha querido someter la justicia de un país requirente a los tribunales nacionales, se le ha dado al investigado fuero sin posesionarse, se ha ordenado su libertad y lo han convertido en congresista.

Y aunque todo el mundo vio las andanzas de Santrich y oímos sus contradictorias y fantasmagóricas versiones, como otrora se publicaron las de Escobar y sus excusas, en Colombia son cosa extraña las condenas que, si llegan, llegan tarde luego de insuperables sufrimientos. Por eso es lamentable, como decía don Guillermo Cano, ver de nuevo a tanta gente que no ve nada mientras está viéndolo todo.

Por fortuna hay un Gobierno convencido y empeñado en que no hay que dejarle este país al narcotráfico.

@NicolasUribe

 

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