Notas al vuelo

Rodeado de incertidumbre

Gonzalo Silva Rivas
14 de junio de 2017 - 04:30 a. m.

La amenaza de cierre para actividades turísticas que se cierne sobre Johnny Cay tendrá que ser el punto de quiebre para implementar una política responsable que garantice su preservación ambiental, sin desmedro de los beneficios que le genere esta industria. El futuro del bello refugio tropical está en la mesa de juego y solo una comprometida concertación entre Gobierno, operadores y prestadores de servicios puede salvaguardar el entorno natural y mantenerlo como recurso económico.

La decisión de la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Departamento Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina (Coralina) que declaró el cierre temporal del Johnny Cay Regional Park, atendiendo una solicitud de la Procuraduría, es un tardío llamado de alerta que, sin embargo, da espacio para buscarles soluciones a los acumulados riesgos que acechan la sostenibilidad del islote.

Johnny Cay ha crecido de forma desorganizada como atractivo turístico. Las autoridades de tiempo atrás han sido permisivas, y débiles han sido los controles aplicados para reducir el impacto ecológico y evitar desórdenes y excesos en las actividades comerciales y en el arribo de turistas, haciéndole el jaque a la obligación de proteger y preservar un ambiente sano. La proliferación de vendedores ambulantes, la afluencia desmedida de viajeros, las deficiencias en infraestructura sanitaria y el viacrucis con los desechos líquidos y sólidos, le aprietan el cuello. Sus cincuenta mil metros cuadrados se arruinan ante el desgaste incontrolado de los arrecifes coralinos.  

Aunque hasta ahora aparecen los primeros intentos por voltear la hoja, la única opción para mantener a Johnny Cay como atractivo es encadenando y armonizando el medio ambiente con el turismo, una industria de la que en San Andrés viven millares de familias. Intervenir los servicios suministrados, uniformando y carnetizando a los prestadores, y respetar un tope máximo diario de turistas, poniéndole coto al  arribo indiscriminado de embarcaciones, es un paso de arranque, que debe ser complementado con planes de conservación ambiental, por cuanto únicamente a través de ella se asegurará la sustentabilidad del destino.

La construcción del anunciado muelle de los Lancheros aportaría al control de desembarques, pero la controvertida obra, fundamental para su sostenibilidad y competitividad, nada que despega. Los inconvenientes con el contratista y la falta de un diseño claro donde se le defina una ubicación estratégica, que lo blinde de los fenómenos naturales, tan comunes en la zona, le ponen palos en la rueda a un proyecto publicitado con bombos y platillo en 2015, para ser ejecutado -según las declaraciones oficiales- en tan solo cinco meses. Pese al atraso, Fontur y Fonade, responsables de su diseño final, lo tienen engavetado desde hace un año.

Este bello paraíso de aguas tranquilas y azul profundo, uno de los lugares más visitados del país, es un recurso importante por su riqueza natural y por el aporte económico que a través de la oferta turística le puede ofrecer a las comunidades locales. Las mesas de trabajo convocadas hace quince días para buscar salidas a los problemas que afectan su sostenibilidad tienen plazo hasta esta semana para proponer fórmulas efectivas que resuman el nivel de conciencia que sobre el tema tienen Gobierno, operadores y prestadores de servicios para imponerlas y cumplirlas, y asegurar así el funcionamiento del atractivo turístico.

El turismo es un motor estratégico del sector servicios, esencial para alimentar las economías nativas, pero requiere de adecuada planificación para evitar que se convierta en depredador del medio ambiente natural y social. Conciliar los intereses entre uno y otro es una propuesta viable y económicamente productiva. De ahí, que conservar la biodiversidad sin renunciar al impulso de la industria es una decisión que requiere de voluntad política, gestión apropiada y conciencia social tanto de raizales como de viajeros.

Sin producirle mayores deterioros a la naturaleza, ordenando sus servicios y elevándolos a niveles competitivos, el pequeño islote de arenas blancas y verdes palmeras -rodeado de incertidumbre- está llamado a autosostenerse, a generar progreso y a convertirse en un gran destino.

gsilvarivas@gmail.com

@Gsilvar5

 

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