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Rugidos y evasivas

Juan David Ochoa
11 de julio de 2020 - 05:00 a. m.

El general Zapateiro aparece en un audio con voz de indignación por los escándalos recientes de las tropas del Ejército Nacional: escándalos que sobrepasan la aberración y la decadencia, pero aún no cuentan con la suficiente atención institucional para enfrentarlos y prevenirlos. Los capturados por violaciones siguen apareciendo de cuando en cuando con sus manos entrelazadas y sus rostros cubiertos, y no hay información de oficiales de rango que den parte de la realidad. Lo que se sabe hasta el momento, con evidencias escabrosas, es que será expulsado quien se atreva a deshonrar la imagen gloriosa del Ejército denunciando los problemas internos. Están reaccionando con más prontitud y celeridad contra los denunciantes, y siguen guardando silencio profundo sobre los casos oscuros. El sargento Juan Carlos Díaz denunció públicamente a los soldados violadores y sigue sin entender la razón de su expulsión, pero queda claro a la opinión pública que existe un pacto y un mantra sagrado al interior de las guarniciones: quien hable se larga sin concesiones y sin posibilidades de defensa.

El general puede decir ahora lo que quiera sobre comunicación interna y protocolos institucionales de investigación, pero cada vez que aparece en público a excusarse del silencio aparece la estela de los casos anteriores en que esa misma sistematicidad de silencio y expulsiones extrañas parece más un protocolo de encubrimiento que un interés serio y real para contrarrestar los excesos y los crímenes. La postura del general Zapateiro ante los medios de comunicación ha sido una alabanza solemne del renombre del Ejército, evade las preguntas delicadas y remata con rugidos extraños de bravura como si estuviera dándole moral a un pelotón que se dispone a una confrontación. Ya ha sido notificado el ministro de Defensa por la Procuraduría para rendir un informe exhaustivo sobre acciones de prevención de violencia sexual, y se espera que esta vez el doctor Trujillo responda sin los conocidos lugares comunes de su verborrea solemne y sus evasivas de político proverbial. Esa tónica de evasión y bravura ante los cuestionamientos se ha convertido en el modus operandi de los funcionarios con responsabilidad política frente a los casos más crudos que los señalan y les exigen respuestas prácticas. El fiscal general, por su parte, sigue haciendo gala de su falta de talento para disimular su desvergüenza, y otra vez, como en un círculo vicioso de indignidad y deshonra, ha vuelto a negar todas las evidencias en su contra con gestos de furia y un tono de cólera que incrementa estratégicamente en la misma medida de sus errores y al mismo ritmo de su ilegitimidad. Le queda solo a la opinión pública verlos rugir en vivo y en directo, azotando mesas y reaccionando con rostro de sorpresa ante cada pregunta, cortando la voz al borde del llano. O en su defecto, cuando las cosas parecen más viables entre el discurso de la imponencia, alzan la cara y empiezan a gritar arengas de valentía para opacar la oscuridad con un mantra de guerrero salvaje y delirante ante los ojos de espanto de todos los presentes: “¡Ajúa!”.

 

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