Rusia vs. Arabia Saudí

Adolfo León Atehortúa Cruz
15 de junio de 2018 - 02:00 a. m.

En contra de lo que parece, no es una columna sobre fútbol. Escribo nuevamente sobre el polvorín que se construye para el mundo entero en Oriente Próximo.

Estados Unidos utilizó a Arabia Saudí para armar y financiar a los rebeldes yihadistas en Afganistán, incluso antes de la entrada del ejército soviético a dicho país, en 1979. Seis años después, no la necesitaba. En 1985, Reagan recibió a los yihadistas en el despacho oval de la Casa Blanca y acordó la entrega secreta pero directa de misiles antiaéreos para “luchar por la libertad y expulsar al invasor soviético”. Meses más tarde, mientras la Unión Soviética se debatía en la Perestroika y el Glásnost, Reagan aplaudió el linchamiento que los yihadistas cometieron contra el presidente afgano, Mohamad Najibulah, justo al frente de la sede de las Naciones Unidas en Kabul.

Sin embargo, la luna de miel entre Estados Unidos y los yihadistas suníes duró poco. Su extremismo e incapacidad para construir un régimen que otorgara seguridad y petróleo a occidente, condujo nuevamente a la intervención Saudí con el apoyo de la CIA. Su propósito consistió en crear dos grupos que buscaran eliminar la influencia irano-rusa y situar en el gobierno a los agraciados de la monarquía saudí, con el apoyo de Pakistán: Talibanes y Al Qaeda. Fue así como surgió Osama bin Laden.

De cómo grandes amigos se convirtieron en furiosos enemigos, es una situación más conocida a partir de los ataques contra Washington y Nueva York en septiembre 11 de 2001. Sin embargo, es menos célebre la razón por la cual la famosa “Guerra del Golfo” (1990-1991) se llamó así, sin identificar el nombre del curioso golfo. ¿Por qué? Porque históricamente se ha denominado Pérsico, es decir, iraquí y no saudí. Menos conocido, también, que miles de mercenarios pakistaníes atacaron a Irak al final de dicha guerra, financiados por la monarquía saudí, para fragmentarlo.

En recientes años, detrás de las llamadas primaveras árabes, los Saud le apostaron a posicionar sus objetivos. Junto a Estados Unidos lograron controlar los daños en Egipto y Túnez, contenerla en su propio suelo, socavar las de Irak, Yemen y Baréin, y asaltar Libia y Siria. Arrancaron a Obama los límites nucleares y estratégicos impuestos a Irán, e invirtieron 40 millones de dólares en la campaña de Hillary Clinton, secretaria de Estado estadounidense en tiempos de las primaveras, para potenciar sus intereses.

No obstante, el ajedrez mundial es complejo y Estados Unidos tiene sus propias estrategias. El general retirado Wesley Clark reconoció en 2007 lo que Condoleezza Rice sentó como doctrina: que el propósito de los norteamericanos era desmembrar a siete países en cinco años: Irak, Siria, Líbano, Libia, Somalia, Sudán e Irán[i]. Hoy está al borde de cumplirlo con el beneplácito de Israel, solo que Teherán es un hueso duro de roer.

Rusia, por su parte, defiende sus posiciones. Protege su base naval en Tartús, Siria, tanto como la de Crimea en el Mar Negro; contiene a los islamistas en Chechenia, cercena a Ucrania e impide la construcción de gasoductos en Oriente Próximo sin su participación. De esta manera, se enfrenta a Arabia Saudí sin árbitro ni balones. Los saudíes persiguen derrocar a Asad en Siria y desafían el apoyo que este recibe de Irán, con quien la monarquía de Riad posee las mayores discrepancias económicas, de seguridad e incluso teológicas en toda la región.

Rusia, sin embargo, juega su propio mundial. Después de proteger a Damasco en el ataque ordenado por Trump el 14 de abril, Putin anuncia que no entregará más misiles S-300 a Siria. ¿Las razones? Se juega todo para terminar la guerra sin emplearse a fondo y minimizar costos. Recibió la visita de Netanyahu, primer ministro de Israel, como invitado de honor el 9 de mayo, un día después de que Trump anunciara la ruptura del acuerdo para el control nuclear de Irán y con la masacre de palestinos como telón de fondo. Como presunto resultado de la cumbre, Rusia incluyó a Irán en la lista de los invasores de Siria, olvidando que sus tropas fueron invitadas por Bashar al Asad. Ahora, el Kremlin omite condenar los bombardeos israelíes lanzados contra Siria y parece dispuesto a negociar la cabeza de Asad, admitiendo que Irán abandone este país. A cambio, se concluye la guerra, se normalizan las relaciones entre los estados árabes, se garantiza la permanencia de Rusia en Oriente Próximo y se prepara una nueva constitución para Siria.

Los opositores de Asad, reunidos en Sochi, sede del partido Portugal-España, acompañan el probable acuerdo. Al fin y al cabo, debe recordarse también que, extrañamente, Israel rechazó la resolución de la ONU que condenaba al Kremlin por los sucesos de Crimea. Siria, solitaria, no tiene alternativa: todo parece indicar que perdió la guerra diplomática e Irán, por su parte, perdería el muro de contención que ha querido plantar frente a Israel, allende su frontera. Los iraníes, en realidad, empiezan a sufrir el aislamiento: incluso la petrolera rusa Lukoil, congela sus contratos. Aunque Irán argumente que solo saldrá de Siria cuando lo pida Asad, la suerte está echada. Le queda la esperanza de los líderes tribales árabes sirios que, reunidos en Deir Hafer, cerca de Alepo, piden que la presencia de Irán en Siria, en tanto legal, continúe.

Así las cosas, Rusia es pragmática: empata el partido y espera los tiros desde el punto penal. Se desmarca de los ayatolas iraníes, pero comete un pecado: juega egoísta por beneficios inmediatos sin consideración por sus aliados, y olvida el interés de los saudíes en Oriente Próximo. A largo plazo, su ajedrez puede estrellársele.

Mientras tanto, China mira hacia Corea poniendo a su favor los posibles acuerdos de Singapur, y Trump abre sus cartas: seguro de sus logros, pero sin observar los riesgos que un entorno en constante cambio arroja, se desboca en reclamos contra sus aliados comerciales y retira en una auténtica pataleta su apoyo al comunicado final de la cumbre canadiense del G7, generando el disgusto de Europa y descalificando con arrogancia al ministro de Canadá, Justin Trudeau.

America first (Estados Unidos primero), fue el lema de la campaña de Trump; pero, al denunciar el plan para la desnuclearización iraní sin consultar a sus socios europeos, retirarse del acuerdo de cambio climático suscrito en 2015 y regañarlos ahora con soberbia, puede convertirlo en Lonely America: Estados Unidos solo. O America Alone, como prefiere llamarla Mark Stein en su premonitorio libro[ii].

* Rector, Universidad Pedagógica Nacional.

[i] Ver: ¡General Wesley Clark speaks to Democracy Now! (March 2, 2007), en: https://www.youtube.com/watch?v=JOtbNC4oJ54

[ii] Mark Stein. America Alone: The End of the World as We Know It. N.Y., Regnery Publishing, 2006.

 

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