A mano alzada

Sabiduría en bruto

Fernando Barbosa
29 de mayo de 2018 - 03:00 a. m.

El Sutra del diamante nos presenta un paradigma que nos deja aturdidos: “El mundo no es el mundo, por lo tanto, es el mundo”. Que esquemáticamente sería: “Si A no es A, entonces es A”. Es lo que se entiende como la “lógica del no”. Las respuestas occidentales comienzan comentando que es falso, que se trata de un galimatías, que no puede comprobarse. No logramos salir de la trampa del silogismo cultural que llevamos en nuestro disco duro. Ahora, si bien no es fácil alcanzar una solución, buscarla sí resulta útil. Por lo menos podremos hacernos sensibles a entender que el mayor obstáculo es la imposibilidad óptica de ver detrás de las paredes, efecto que también sucede en el campo intelectual.

Lo que se ha venido construyendo entre nosotros no es muy distinto. Atrapados por los dilemas, no hemos logrado encontrar salidas para avanzar. Exigimos una paz absoluta sin darnos cuenta de que la contrapartida es una guerra también absoluta. Una y otra son entelequias. No hemos podido romper el círculo: “Si quieres paz, prepara la guerra; si quieres guerra, prepara la paz”.

Manuel Machado decía: “Madre, para descansar, morir”. De seguro, esa puede ser la paz definitiva. Pero mientras la vida continúe seguiremos luchando en medio de los conflictos que nos genera el hecho de ser humanos. A lo que debemos apuntar, entonces, es a que las soluciones para salir adelante no sean las violentas.

Y otro tanto puede decirse frente a la guerra. Sun Tzu, el gran maestro del arte de la guerra, advertía varias cosas. Una, que el mejor triunfo es el que se obtiene sin haber derramado una gota de sangre, “porque alcanzar cien victorias en cien batallas no es la suma de las habilidades. La suma de las habilidades es dominar sin lucha al enemigo”. Y con una razón fundamental detrás de la enseñanza: “El experto en la guerra puede hacerse invencible, pero no puede tener la seguridad de volver vulnerable al enemigo”.

Los japoneses han acumulado las lecciones de cientos de guerras civiles. Salvo en el enfrentamiento que se conoce como la guerra de Genpei (1180-1185), en la que el vencedor, el clan Minamoto, aniquiló a su adversario, el clan Taira, los conflictos han terminado con la mano tendida con respeto al perdedor. Y la razón, más que ética, es pragmática: la paz se hace para permitir la convivencia entre los opositores.

En La copla errante en tierras colombianas, de Carlos García Prada, tuve un encuentro con la sabiduría popular, la demosofía, que me proporcionó una gran lección sobre nuestra política, lección que sigue viva: “Los liberales son di oro, / los conserveros de plata, / y en llegando a rasguñar / lo mesmo es gato que gata”.

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