¿Tendremos los seres humanos la sabiduría para convivir entre nosotros y además conservar el planeta para nuestros hijos?
Responder este cuestionamiento nos suscita incertidumbre. Y es que los humanos somos capaces de los actos más atroces de devastación y violencia, pero también podemos llevar vidas ejemplares, hacer de las causas nobles la motivación principal de nuestras acciones. Aunque la mayoría de nosotros no somos ni villanos extremos, ni héroes insignes, nuestra cotidianidad marcará el futuro.
En nuestro diario vivir ocurre que fracasamos al intentar cuidar a los que más amamos o al tratar de defendernos de quienes nos amedrentan. Equivocarnos o acertar depende de cómo armonicemos el amor y el poder, en tanto fuerzas que coexisten en nuestro interior.
Así, por ejemplo, al enfrentar un tirano o una agresión, el temor al conflicto puede inhibir nuestro poder y, entonces, nos tornamos sumisos o complacientes. En el otro extremo, el error de un hijo nos agranda para el castigo.
Cuando nos permitimos competir tratando de que nuestra verdad prevalezca por encima de la autoestima del amigo o del cónyuge, en ese momento estamos privilegiando la opresión como forma de poder y desvalorizando el entendimiento como aspecto del amor.
Si ejercer poder sin darle un lugar a la comprensión es la regla de la convivencia social, en los escenarios laborales será fácil que los subalternos se sientan privados de su dignidad, en los colegios se dé el matoneo y los matrimonios se desgarren en las luchas por el control.
El gran reto del camino interior es integrar el poder y el amor, pactar entre el ying y el yang y hacer que lo femenino coexista con lo masculino.
Esto significa que un hombre integrado es capaz de vivir en acuerdo, entre sus aspectos femeninos y masculinos cuando al cuidar el mundo o gobernar, al ser padre o cónyuge permite que el amor y la compasión guíen la fuerza de su poder.
Una mujer será capaz de convivir en equilibrio y con dignidad si cuando gobierna, si cuando ejerce su rol de madre o esposa acepta que su capacidad amorosa y comprensión se alimenten con la fuerza del poder.
El amor en tanto es lo femenino, suaviza el ejercicio del poder; el poder en tanto es la energía de lo masculino, da vitalidad y solidez al amor.
Recordemos que al equilibrar el amor y el poder abrimos la puerta del futuro, estableciendo nuestros derechos de forma propositiva y clara, sin recurrir al abuso o a la violencia, nos conectamos con los demás seres humanos declarando nuestros sentimientos auténticamente, sin debilidad.
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