La economía política del salario mínimo en el mundo depende del poder de los trabajadores y los sindicatos para defender sus intereses. En varios países se ha establecido un mínimo vital para evitar la sobreexplotación de los trabajadores en talleres ilegales que recurren al trabajo de migrantes, mujeres y niños, donde al mísero salario se añaden jornadas de trabajo de 70 horas a la semana y deplorables condiciones de seguridad.
En Colombia, la legislación que protege el trabajo no se aplica a la inmensa economía informal, donde labora más de la mitad de la fuerza de trabajo. No se debe contribuir a la salud, la pensión y la cobertura de riesgos laborales ni respetar la jornada de trabajo. Tampoco se requiere pagar el salario mínimo, que infructuosamente negocian los sindicatos y termina en un decreto unilateral del Gobierno de turno con el mismo resultado: un aumento real del 1 al 2 %.
En 2021 el salario mínimo será de $908.000, un incremento nominal del 3,5 %. El Banco de la República proyecta una inflación menor al 2 % en 2020. Así, el reajuste real será del 1,5 %, que responde a la vieja política de aumentar el salario real en sumas anuales muy reducidas, con el supuesto fin de evitar un mayor desempleo, pero en realidad para garantizar la rentabilidad del sector formal de la economía, pues puede aumentar la productividad para contrarrestar el aumento de los costos salariales.
En teoría, el salario mínimo es un ingreso que debe cubrir las necesidades vitales de una familia y es devengado por la cabeza del hogar. Según el DANE, para una familia de cuatro personas la canasta familiar costaba $3,6 millones en 2020, de modo que todas las personas del hogar deberían trabajar y ganar el mínimo para atender sus necesidades. En un hogar humilde es posible que el jefe del hogar reciba un salario mínimo en labores de vigilancia, pero las mujeres que trabajan en labores domésticas ganan un jornal diario inferior al mínimo, de modo que el hogar está lejos de poder pagar la canasta idealizada por el DANE. Un hogar típico solo consume dos comidas diarias y hace el mercado cotidiano en la tienda de barrio donde le fían, lo que lo encarece. Por ello, las nuevas tiendas de bajo costo y paquetes de consumo diario han elevado el poder adquisitivo de los trabajadores.
Colombia tiene uno de los salarios mínimos más bajos de la región: US$270, inferior al de Bolivia (US$306), Ecuador (US$400), Chile (US$457) y Panamá ($528). Solo es superior al de México (US$217), el más bajo de la región, a pesar de la presión de los sindicatos estadounidenses, que lo ven como una competencia desleal. Tantos años de partido único y corrupción sindical en México han dejado sin protección a sus trabajadores.
En Estados Unidos se ha propuesto un salario mínimo federal de US$15 la hora, el que se paga en el estado de Nueva York; aunque cada estado fija el suyo, entre US$10 y US$12 la hora. En otras palabras, un trabajador gringo gana en menos de tres días lo que gana un colombiano en un mes, pero su canasta familiar es más costosa que la colombiana.
En Colombia, la baja inflación durante 2020 fue el síntoma de un serio desajuste económico: el debilitamiento de la demanda agregada causado por la pandemia, frente a una buena oferta de alimentos que se conjugó con los días sin IVA; una medida populista que deterioró las finanzas públicas.