Salario mínimo y una posibilidad de cumplir promesas

Gonzalo Hernández
11 de diciembre de 2018 - 05:00 a. m.

Con las discusiones sobre el salario mínimo para el 2019, se cierra un año bastante convulsionado por tres fuertes debates económicos: ley de financiamiento, presupuesto general y salarios –todo en un año de contienda electoral intensa, posacuerdo, transición de gobierno e incertidumbre en los mercados internacionales por cuenta de las guerras comerciales, los cambios de política monetaria en los Estados Unidos y los vaivenes del precio del petróleo–. El Gobierno se encuentra piloteando la economía en medio de mal tiempo, pasajeros enfurecidos, con interferencia en el radio y con controladores desorientados en la torre de control.

Ante semejante bochinche, anuncios asertivos del piloto podrían ayudar. No obstante, se prefieren las distracciones para mantener entretenida a la cabina ejecutiva, mientras para económica no hay más café ni achiras. Eso sí, estos últimos reciben, de vez en cuando, una sonrisa fingida de los auxiliares de vuelo que, en medio de las circunstancias, es apreciada como señal de esperanza de que no será necesario activar los procedimientos de emergencia a los que nadie puso cuidado en el despegue.

Parece que a la tripulación le importa mantener la incertidumbre. Así la culpa la tendrán, en cualquier caso, las nubes, los rayos y los vientos cruzados. Pero lo profesional, lo serio, sería una comunicación clara de una política económica coordinada, con impuestos, gastos, salarios y tasas de interés del banco central presentados de manera articulada y consistente, en lugar de que tengamos una presentación por retazos: primero un presupuesto con huecos de financiación, luego la búsqueda de contribuyentes que tapen el hueco y, por último, en medio de un estado delirante de sorpresa, la idea de que será difícil elevar el salario mínimo de los trabajadores –que terminarán pagando una parte importante de la nueva carga tributaria–. Al final de cuentas, todo se trataba de deprimir los salarios reales efectivos de millones de colombianos. No se ve, ni de lejos, algo parecido a las promesas de campaña del partido ganador: “menos gasto público, menos impuestos, mejores salarios”.

En lo positivo está quizás que, para el último debate económico del año, los sindicatos tienen buenas cartas para lograr un aumento razonable del salario mínimo en la mesa de concertación. No llegarán al 10 por ciento –como demandan ahora–, pero sí podrían llegar al 6,5 por ciento, que representaría un aumento de 3,5 por ciento en términos reales (dada la meta de inflación). Con esto el Gobierno podría decir que ese es el aumento del salario mínimo –en términos reales– más alto en lo que va del siglo XXI (con excepción del atípico 2009). Y sería más que lo que proponen hoy los empresarios y algunos centros de estudio alineados con la propuesta empresarial.

Mano ganadora porque más allá de la ilusión de la devolución del IVA, que solo creó enredos, un aumento de 6,5 por ciento en el salario mínimo sería una buena oportunidad para que el Gobierno levante vuelo en su popularidad y margen de gobierno, incluso frente a su propio partido, que no dudaría en usar el efecto teflón de la oposición si el Gobierno del presidente Duque no logra un acuerdo que deje un poco más tranquila a la cabina económica.

Coletilla. El efecto de la negociación salarial no es solo para quienes devengan el salario mínimo. El ajuste de los demás salarios, incluso el de aquellos que ven a los sindicatos como huelguistas improductivos, también se hace con la referencia de lo que se decide en la mesa de concertación.

* Profesor asociado de Economía y director de Investigación de la Pontificia Universidad Javeriana (http://www.javeriana.edu.co/blogs/gonzalohernandez/).

 

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