¿Salario según la necesidad?

Una amiga, médica anestesióloga, empezó a trabajar en un hospital colombiano de esos que no tienen plata por falta de recursos del Estado y, quizá aún más, por culpa de la corrupción interna. En una de las discusiones con su superior con respecto a la falta de pago, pues llevaba ya cinco meses sin recibir salario, él le respondió: “Usted se graduó de la Javeriana, así que si se atrasan en el sueldo no importa porque me imagino que «papi» paga, más aún siendo mujer”.

El comentario, además de sexista, refleja una forma muy particular de pensar la justicia del salario. Veamos otros ejemplos. La semana pasada supe del caso de otra amiga, abogada, que durante un proceso de contratación la interrogaron sobre sus gastos, sobre cuánto ganaba su esposo y sobre sus deudas. Todo esto para determinar cuánto debía ser un salario apropiado. ¿En qué sentido puede ser esta información relevante?

Esta anécdota me hizo recordar mi propia experiencia. Hace unos años, en un cargo que ocupé por otros tantos, me enteré de un colega que hacía exactamente las mismas funciones que yo, pero ganaba casi el doble. Al preguntar al encargado de las finanzas sobre el porqué de la diferencia, me respondió: “Él es padre de familia y tú no”.

La forma como se determinan los salarios en las empresas ha sido y sigue siendo un misterio. Y aunque tiene sentido estar pendiente de las necesidades de los empleados, es problemático que se premie a las personas por lo que son y no por lo que hacen. La razón es doble: por un lado, porque aunque la necesidad como criterio suene loable, termina siendo muchas veces una excusa que permite afianzar discriminaciones de género, raza y clase. Por el otro, genera una cultura laboral que castiga en lugar de premiar la competencia. No es mucho pedir que se evalúe a las personas según los criterios de su profesión y no según los prejuicios de la sociedad en la que vivimos.