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Saliendo del COVID-19…

Armando Montenegro
21 de junio de 2020 - 05:00 a. m.

Los planes para reactivar las economías enfrentan varias dificultades. Una de ellas es que la emergencia no ha terminado y es necesario seguir dedicando energías y recursos a su manejo y control. Además, como la crisis está induciendo cambios duraderos en comportamientos y costumbres, los proyectos de reactivación deben tener en cuenta que las economías no serán las mismas que las de antes de la pandemia.

En países como Colombia, las infecciones están en franco crecimiento y, después de la apertura de varios sectores, se temen nuevos cierres en Bogotá, Cali y Barranquilla, por limitaciones hospitalarias. En otros, como China y Alemania, se han producido rebrotes que han obligado a imponer fuertes restricciones. Casi en todas partes, como en el caso de la gripa española, no se descarta una segunda ola del COVID-19 en algunos meses.

Y hay otros motivos de incertidumbre sobre una rápida reactivación. De acuerdo con encuestas y estudios en Estados Unidos y otros países, se sabe, por ejemplo, que aun si se levantaran de un golpe todas las restricciones, la producción y el consumo no volverían rápidamente a sus niveles anteriores. Algunas empresas habrán quebrado y muchas personas estarán desempleadas, de tal manera que la oferta y la demanda se verán menguadas. Además, en numerosos sectores se prevén serios problemas de coordinación: muchas empresas que esperan que la demanda siga afectada, o que sus proveedores no trabajen o trabajen parcialmente, no abrirán o abrirán en forma limitada. Este tipo de consideraciones, aun sin rebrotes y nuevas restricciones, frenarán el ritmo de la recuperación después de la pandemia.

A todo lo anterior hay que sumar los cambios permanentes inducidos por la crisis. Los economistas vienen observando, por ejemplo, los del transporte y la infraestructura. Los trabajadores y estudiantes que seguirán realizando sus actividades en forma remota cambiarán definitivamente las demandas de sus medios de transporte. Lo mismo ocurrirá con las personas que continúen realizando sus compras a través de medios digitales (aquellas que no volverán a las tiendas y centros comerciales). Estos impactos sobre la demanda de vehículos particulares, viajes privados y transporte público, así como sobre los precios de los locales y oficinas, apenas comienzan a entenderse y cuantificarse, pero se sabe que serán considerables.

Varios expertos piensan también que será perdurable el efecto de la pandemia sobre el tráfico aéreo. Tanto las limitaciones sanitarias sobre la ocupación de los aviones como los temores de los viajeros harán que se produzca una reducción importante y prolongada de los viajes y del uso de aeropuertos, hoteles, taxis y compras asociadas a la movilización aérea. Los modelos del negocio aeroportuario, en muchos casos regidos por contratos de particulares con el Estado, necesariamente tendrán que ajustarse para reflejar esta realidad.

Los más pesimistas van más allá. Piensan que no sólo no puede descartarse otra ola de infecciones del COVID-19, sino que pueden presentarse en los próximos años nuevas pandemias respiratorias que sigan la línea del SARS, MERS, H1N1 y del último coronavirus, de tal manera que la humanidad, sobre todo la que habita en las ciudades, no tendrá más remedio que tomar medidas para modificar radicalmente su manera de vivir, producir y consumir.

 

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