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Salieron después y llegaron antes

Eduardo Barajas Sandoval
15 de mayo de 2010 - 05:44 a. m.

Una campaña electoral corta, en la que se discuten los asuntos que de verdad cuentan, sirve mejor a la democracia.

Sin orientar los debates hacia a temas frívolos o accesorios, sin centrar las discusiones en el pasado personal de los candidatos, sin que nadie incurra en la falta de decoro de elogiar, y ejercer, la propaganda negra, sin que los candidatos anden por ahí tratando de responder a lo divino y lo humano en un juego de adivinanzas sobre lo que la gente quiere oír, sin que los encuestadores tengan que explicar a cada rato porqué hicieron las cosas de una u otra manera, y sin que uno que otro periodista obre más como apasionado propagandista, o artífice de dilemas imposibles, que como iluminador de la opinión pública, será siempre mejor y más decente la competencia por el poder.
 
En el término de un mes los británicos adelantaron una campaña electoral que, en medio de uno de los momentos de menor claridad sobre las preferencias de los votantes, consiguió cambiar de gobierno y seguir su camino en una dirección distinta de la de los últimos trece años. A falta de representación proporcional, y conforme al tradicional sistema de todo o nada, en cada una de las numerosas circunscripciones en las que se divide al Reino, la repartición de las opiniones sobre el proyecto político que pudiese recibir el apoyo mayoritario de los electores terminó con la configuración de un gobierno de coalición que armó su programa con suma rapidez y ya comenzó a despachar.

A nadie le tocó tomar como bandera de campaña reclamar que se cumplan las leyes, porque se da por descontado que hay que cumplirlas. A nadie le metieron miedo sobre las consecuencias de votar por uno u otro partido, a nombre de la defensa de los intereses vitales de la patria, porque se sabe que cualquiera de ellos será fiel al compromiso sagrado de defender a la sociedad de los males que la pueden amenazar. No hubo tiempo para que a los candidatos les hicieran cientos de preguntas de reinado de belleza. Y ninguno de los competidores, al verse mal en las encuestas, resolvió cambiar de apelativo político, de color y de símbolos, para tratar de conseguir mejores resultados, con la ayuda de expertos en campañas negativas.

El primer ministro saliente pudo hacer política, porque allá no es pecado que el primer protagonista político de un país no pueda manifestarse libremente, en términos políticos, en medio de una discusión esencialmente política. Otra cosa es que los electores se hayan tomado el trabajo de mirar, punto por punto, y no como víctimas de la publicidad, si cumplió con lo que prometió a la hora de iniciar su mandato, y si en realidad tuvo éxito en lo que reclamaba ahora como realización.

La coalición de conservadores y liberales se organizó en torno a programas, y tratará de cumplirlos con la leal oposición de quienes hasta ahora gobernaron. Nadie va a pensar que la patria se desbaratará si no se le da algo a los derrotados. Tampoco nadie va a sospechar de que éstos se dedicarán a hacer alianzas con enemigos externos. Todos pueden estar seguros de que Gordon Brown, Primer Ministro saliente, no será embajador del nuevo gobierno. Ni lo desea, ni se lo van a ofrecer. Tampoco lo será quien haya ejercido con anterioridad funciones de fiscalización. Ni terminará en el cuerpo diplomático quien haya ejercido altas responsabilidades militares o de policía. Tampoco se verá el servicio exterior británico atestado de recomendados de jefes políticos, ni de sus hijos, ni de quienes contribuyeron al triunfo con una votación significativa, ni de periodistas en paréntesis, ni de náufragos ni refugiados de la mala fortuna electoral.

El servicio civil cumplirá su tarea, con sentido profesional, como garantía de continuidad en lo fundamental y de lealtad a los más delicados intereses de la nación. Los nuevos gobernantes deberán pasar por el filtro de quienes les dirán qué tanto pueden hacer, frente a realidades legales, administrativas o presupuestales que  nadie puede desconocer. Se asegurará la continuidad de lo que valga la pena mantener. Se preservarán con celo aquellos intereses que todos han reconocido como vitales para la defensa del sistema político y el funcionamiento de la economía, pero dejando campo para lo que signifique un nuevo intento por manejar las cosas desde un ángulo diferente. El jefe del gobierno, y el de la oposición, es decir los que sí son, se enfrentarán personalmente en el Parlamento cada semana, en una discusión deliciosa y fructífera sobre el destino del país. Mientras en unos años, los herederos de los que hoy se fueron, vuelven al poder, renovados, sin que hayan descansado un minuto en el seguimiento de los asuntos públicos, y listos, con personas identificables del gabinete en la sombra, a tomar de nuevo el comando.

Lo interesante es que el proceso hacia una nueva realidad se desarrolló en el transcurso de un mes, comprendidos propuestas, debates, votaciones y alianzas. Claro que todos estaban pendientes de los temas esenciales y no tuvieron que armar toldas a la carrera para ver con qué irían a salir.

 

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