En el año que comienza se van a concretar las alianzas, coaliciones y consultas de los distintos partidos para definir cuáles serán los candidatos a la Presidencia de la República. Mientras los del centro y los de la izquierda siguen enfrascados en debates filosóficos y personales, y no se ponen de acuerdo en nada, en las toldas de la derecha ya la cosa está bastante clara.
En el desfile de candidatos celebrado en la finca de Uribe, propio más de la literatura que de la política, pasaron todos a obtener el beneplácito del líder y a cuadrar con él la estrategia para seguir con las llaves del Palacio de Nariño. La ruta quedó trazada: el ganador de la nominación del Centro Democrático se medirá luego en una consulta con Álex Char, Dilian Francisca Toro y Federico Gutiérrez, más los candidatos conservadores y cristianos.
La derecha, cohesionada como nunca, se dispondrá entonces a recorrer el país vendiéndole al electorado el discurso de que “hay que salvar a Colombia”. Este eslogan, que ya han empezado a reproducir los militantes del uribismo en las redes sociales, plantea un debate interesante: ¿salvar a Colombia de qué?
Hago la pregunta porque, si uno hace un recuento de las últimas campañas, los miembros de la coalición de derecha que gobierna hoy siempre se perfilaron como los salvadores de la patria. Entonces vale la pena cuestionarse por qué estos líderes políticos, cada vez que hay una elección, salen a prometer que van a salvar al país del lío en el que lo metió el gobernante que ellos mismos ayudaron a elegir.
El caso de Álvaro Uribe es excepcional. En 1998, la última vez que en Colombia se celebraron unas elecciones que no fueron definidas por él, la internet era privilegio de unos pocos, Mark Zuckerberg tenía 14 años, el Pibe Valderrama era el capitán de la selección nacional y Betty, la fea aún no había salido al aire en televisión. En ese año, la Presidencia quedó en manos de Andrés Pastrana y luego, en 2002, empezó la era del fenómeno político que aún no termina: Uribe fue elegido jefe de Estado, en primera vuelta, y reelegido con una amplia mayoría cuatro años después. En 2010, como la Corte Constitucional tumbó la segunda reelección, Álvaro Uribe tuvo que entregar sus banderas.
Aunque al poco tiempo se pelearan, la elección de Juan Manuel Santos marcó otros ocho años en los que el presidente de Colombia fue el que dijo Uribe. El expresidente, luego del distanciamiento con quien fuera su ministro estrella, se aseguró de no “repetir el error” e instaló en la jefatura del Estado a Iván Duque, un fiel soldado de su causa. Con la victoria del hoy presidente, el líder del Centro Democrático logró lo impensable: ser él el encargado, durante 20 años seguidos, de decidir quién se sienta en la silla de Bolívar.
Ahora, cuando el país atraviesa una de sus más profundas crisis, Uribe enfila baterías para repetir la hazaña de garantizarse cuatro años más en el poder. Así completaría 24. Entonces, solo cabe una reflexión para los votantes inconformes: si creen que Colombia tiene tantos problemas, ¿es lógico pensar que para solucionarlos hay que votar por la persona que diga el hombre que lleva 20 años decidiendo quién nos gobierna?