Vimos tanta sangre pasar por debajo de los puentes, para recordar a Nicanor Parra, y la seguimos viendo y la seguiremos viendo todos los días y a toda hora, bajo los puentes y encima de ellos, en las calles y en los edificios, en los subsuelos y en las azoteas. La seguiremos viendo pasar porque nos han bombardeado la vida con sangre y más sangre, y no hemos visto más que sangre desde que nacimos. Sangre en la televisión, en las novelas, en los noticieros, en las series, y sangre en la radio y en los periódicos. Sangre en el cine y sangre en los los textos de historia, y ahora, más sangre, toda la sangre de la humanidad, en las redes sociales. Nos dirán que la sangre vende, y callarán que vende porque nosotros hicimos lo posible para que vendiera. Nos criamos con sangre y en medio de la sangre, y generalmente, uno no hace más que reproducir en la vida lo que vio, lo que ve todos los días.
Uno cree, ciegamente cree que lo que ve es la única verdad, y lo que ve es que la solución a tanta sangre es más sangre. Lo que uno ve es que los problemas y las disputas se dirimen con sangre, jamás por medio del diálogo, y menos, en las instancias judiciales, porque los sanguinarios justificaron la sangre con el argumento de que no hay justicia, pues los testigos se compran, y las pruebas se manipulan, y los jueces se venden. Entonces uno ve que eligen el justicierismo, hacer justicia por su propia cuenta, y a veces, con su propia mano, que no es nada distinto a la sangre, y brota la sangre si no estamos de acuerdo con alguien, y nos salpicamos de sangre si alguien es una amenaza, y exigimos sangre si nos robaron, y ansiamos sangre si pisotearon nuestros derechos, o aquello que consideramos que son nuestros derechos, y pedimos sangre y la celebramos cuando alguien es declarado culpable y condenado.
Manchados de sangre y con la sangre en el ojo, no hemos tenido tiempo ni hemos querido comprender que la sangre lleva a más sangre, y menos, que la sangre, el linchamiento y el justicierismo son lo fácil, el método de los débiles. No hemos querido mirarnos, rasgarnos y desgarrarnos, para entender que del círculo de la sangre sólo saldremos cuando tratemos de respondernos por qué estamos tan ávidos de sangre, por qué festejamos la condena, la prisión, la cadena perpetua y la guillotina, y cuando decidamos, por fin, y día tras día, empezar a salir de él.