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Santo remedio

Pascual Gaviria
07 de julio de 2010 - 04:29 a. m.

DURANTE TODO EL AÑO DE CAMpañas se repitió con sorna una frase que es patrimonio de cínicos y analistas:

“La política es dinámica”. Y uno se ríe con cierta resignación. Que Juan Lozano, niño genio de la Constitución del 91, resultó reeleccionista convencido; que Rodrigo Rivera, hijo vivo del Partido Liberal y manzanillo de Pereira, es ahora el ala conservadora de puestos de la U; que Vargas Lleras haya terminado en la tarima vallenata de Santos tocando la raspa. Eso a nadie sorprende. En últimas los políticos son leves briznas al viento y al azar.

Pero después de las elecciones aparecen volteretas más profundas y más difíciles de predecir. Cambios que no tienen que ver con la ambición de los políticos sino con el estado de ánimo y las percepciones de la opinión. En los tiempos de la apoteosis verde circuló por escrito y en comentarios sueltos la triste versión del príncipe Juan Manuel convertido en sapo. Se decía que su figura de clubman no era bien vista ni en el Country. Que el prototipo de la oligarquía santafereña producía resistencia incluso en los votantes colombianos en Londres. Que la cantaleta de Uribe sobre los cocteles bogotanos había terminado por mancharlo. Que en las universidades era recibido a escupitajo y chiflido limpio. Incluso en la Javeriana le tiraron tres chicles.

Se habló del Todos Contra Santos. Los políticos profesionales temían sus antecedentes de tecnócrata y los tecnócratas denunciaban su suficiencia politiquera. Juan Manuel Santos fue durante una semana un político gago, heredero de una casta eterna e insufrible, con la antipatía que para la democracia genera el predestinado. Se decía que Santos estaba abatido al sufrir por primera vez la marcha de espinas que supone una campaña.

Pero han pasado seis semanas. Y ahora Juan Manuel Santos es el hombre que encarna la unidad nacional. El que dará vuelta a la página de los odios. No sólo los partidos se acercan y halagan al estadista, los editoriales resaltan las posibilidades de su variada coalición y en el ambiente se siente un alivio por la ansiada continuidad y las dosis de cambio que insinúan sus nombramientos y sus declaraciones. Hasta Felipe Zuleta agradeció que al nuevo presidente no le gusten los fríjoles y sepa pegar con el hierro dos.

Así funcionan los ánimos y las animadversiones de la opinión. Una ficción tan caprichosa como el sencillo lector de diarios que un día se levanta con una certeza y en el tinto después del almuerzo se convence a sí mismo de que estaba equivocado. Es la defensa que tienen los políticos para cambiar de bando sin ningún rubor. Los votantes también lo hacen, las sociedades también se acomodan según sentimientos más o menos imperceptibles.

Santos está disfrutando de sus días de gloria, de su desfile con la banda y sonrisa cruzada antes de los días de asedio en el Palacio de Nariño. Es el mejor momento para el Presidente de la República. Desde el 30 de junio hasta el 7 de agosto, todo el poder y ninguna responsabilidad. Pero ojo, que en política los amigos en exceso pueden ser más peligrosos que los enemigos.

 

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