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Santos ante el paro de la Nación y pausa de las Farc

Paloma Valencia Laserna
23 de agosto de 2013 - 10:00 p. m.

Mientras en los departamentos hay bloqueos propiciados por el descontento social y la ausencia de diálogo ciudadano, el presidente optó por ignorar el problema y, en cambio, fue personalmente al Congreso para auspiciar una nueva trampa que desvirtúe la figura del referendo y la convierta en palanca de sinuosa política.

Los campesinos de Boyacá, los mismos del campo glorioso, hoy arrecian sus reclamos contra el Gobierno por la falta de control de las cuotas permitidas en los TLC y del contrabando y por el alto precio de los insumos agrícolas. Los transportadores reclaman por el excesivo costo de la gasolina gravada por impuestos enormes —cuando el Gobierno destaca su gestión fiscal y se pavonea con sus $200 billones para el próximo año—. Se quejan además del alto costo de los peajes, infalibles en su cobro sobre vías que llevan años en construcción con avances poco significativos.

Santos sólo atinó a señalar que los bloqueos no tenían la magnitud esperada y luego guardó pasmoso silencio. Decidió, en cambio, mostrar avances en el proceso de La Habana. Con fingido afán —para simular que los acuerdos avanzaban a una velocidad extraordinaria— presentó una reforma que los medios titularon erróneamente como la convocatoria al referendo con el que se aprobarían los acuerdos de La Habana.

El proyecto no es la convocatoria, es sólo una maniobra para garantizar el umbral. Bien sabe el país que en un referendo en general votan los que están de acuerdo, de manera que el umbral es una segunda barrera que deben vencer. No sólo deben obtener la mayoría de los votos, sino obtener un mínimo de votos. Esto último es lo que pretende obviar el Gobierno. Lo grave no es modificar las normas, eso es válido; lo grave es hacerlo para conseguir facilidades. Se quejan de que Uribe haya modificado la Constitución para poder participar en las elecciones; sin embargo, aquello sólo permitía su participación, pero no la hacía más fácil. La norma que presentó el Gobierno lo que pretende es garantizar el umbral, reducir una de las barreras que supone el referendo. Desvirtúa el sentido mismo de la figura.

Sabíamos que el único propósito era generar la impresión de que los paros eran insignificantes ante los avances en la paz. El afán, si lo hubiera, no sería superable por modificar un asunto relacionado al umbral. Al referendo le faltaría aún una ley que aprobara el texto a consultar: y no hay Congreso entre diciembre y marzo, y luego tendría que pasar a revisión por la Corte Constitucional que, aun tomándose la mitad del tiempo usual, requeriría meses.

Hoy, aun los crédulos tienen que admitir que todo aquello era una cortina de humo. Las Farc anunciaron la suspensión de los diálogos, mientras consideran el asunto del referendo, pues exigen una constituyente. No había pues tantos avances, y se generó en cambio la oportunidad perfecta para que las Farc mostraran su sagacidad como negociadores.

El presidente le apostó todo a mostrar casi culminado el acuerdo en La Habana; y las Farc le descubrieron al país que no era cierto. Tenemos entonces: un pueblo empobrecido e injustamente golpeado por un Gobierno dispuesto a perdonar grandes crímenes, pero implacable con los bloqueos de campesinos desesperados; una guerrilla fortalecida haciendo valer las ventajas de la negociación, y un presidente entregado a satisfacer su afán reeleccionista.

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