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Santos-Uribe: ¿Traidores o cómplices?

Reinaldo Spitaletta
20 de mayo de 2014 - 05:16 a. m.

Hoy, la política (que puede asquear al ciudadano, como víctima de las mentiras del poder) apela a la retórica, a la mala retórica, para ocultar la verdad, en beneficio del utilitarismo personal y la lucha por el poder.

En Colombia, un país apropiado para las traiciones y la supresión del adversario, el reino de la mentira ha convertido la trampa y la rapacería en un estilo de trabajo, en un modo del ejercicio del poder o de la búsqueda del mismo.

Las campañas electorales (o electoreras) son el summum, ya no solo de las clientelas políticas, sino de las técnicas del escándalo y la falta de programas. Santos, por ejemplo, un tipo que no ha producido una sola idea, ha llegado al poder por su capacidades camaleónicas y por haber sido un obsequioso escudero o acólito de los que antes que él estaban en la presidencia, casos Pastrana y Uribe. Ahora, cuando el debate político ha descendido al infierno, se estila el expediente de los hackers, el espionaje, las chuzadas (una práctica permanente en los ocho años de gobierno de Uribe) para polarizar las elecciones entre la derecha y la extrema derecha.

La retórica utilizada por los representantes de estas posiciones en el país, acude a lo superficial, a acusaciones y pataletas que tienen eco en los medios de comunicación. Los que más saben del show y de puestas en escena, baratas casi siempre, acusan a una campaña (la del presidente-candidato) de haber recibido dineros del narcotráfico en 2010, precisamente cuando el acusador era “padrino” y mentor del ahora señalado.

Pero a su vez, los áulicos del candidato-presidente, al que sus rivales de la extrema derecha tildan, sin fundamento, de tener ideas castro-chavistas, sacan a la luz pública videos, conversaciones secretas y otras actuaciones turbias del que ha sido llamado “muñeco de ventrílocuo” de Uribe, el muy grisáceo alias el Zorro. Y así, unos y otros eluden sus responsabilidades de haber convertido este país en una cloaca neoliberal; de haber privatizado empresas estatales boyantes, suscrito leoninos tratados de libre comercio, convertido la salud pública en un vulgar negocio de financistas y haber apelado al paramilitarismo para obtener curules y otras gabelas.

Uno, el candidato-presidente, pone la paz, que es un derecho inalienable de los colombianos, como bandera electoral, pensando más en su reelección que en la gente que ha padecido el conflicto armado por más de cincuenta años; el otro, que tiene una marioneta que habla y gesticula igualito al patrón, pone la guerra como camino para satisfacer sus ansias personales de poder (y algunos dicen que de venganza) y las de unos cuantos privilegiados.

La derecha (representada por Santos) y la extrema derecha (representada por Uribe con su mezquino candidatico) quieren desviar en la ciudadanía las auténticas causas de los males de este país, que nadie más que ellos, un club exclusivo de familias y grupos económicos, han convertido en su feudo, lo han feriado y transmutado en hato ganadero y en casa de cita de magnates financieros. Colombia ha sido la prostituta que ellos han diligenciado ante la clientela internacional y usado para sus negocios y desafueros.

El show mediático montado por las partes (que en otras ocasiones se abrazan para seguir disfrutando de las mieles del poder y la repartición del Estado), no es más que una nueva edición del circo electoral. Con él se pretende que el ciudadano no piense, sino que sea epidérmico y emotivo, y se divida en torno a más de lo mismo, y de los mismos que han empobrecido a la mayoría de la población y enriquecido a unos cuántos.

El gobierno anterior, que enalteció al lumpen y atacó a los trabajadores, tuvo como ministro de Defensa al hoy presidente-candidato, con sus “falsos positivos” y encomienda de los “huevitos” pútridos de aquel. Ahora están en el ring electoral con su espectáculo de pacotilla. Al que se la ha unido uno de los peores comparsas que en este país ha sido de los norteamericanos: el expresidente Gaviria, el del apagón y la nefasta apertura económica. Que el dios de los sufragios nos ampare.

Ah, y vale recordar el Elogio de la traición, escrito por dos franceses, Jembar y Roucuate, cuando advierte: “La traición y la negación son el meollo del arte político. No traicionar es perecer”. La pregunta es: ¿quién, en el caso del uribismo-santismo, traiciona a quién?.

 

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