La opereta latinoamericana llegó al fin a la Casa Blanca, dándole la razón a una lúcida frase de mi amigo el escritor Mario Mendoza: “Estados Unidos no es nuestro futuro. Nosotros somos el futuro de ellos”. Este estrambótico final de presidencia de Trump, entre ridículo y risible, nos permitió ver en vivo y en directo la llegada del caos latinoamericano a Washington. Las imágenes de la revuelta me recordaron la entrada de Jeanine Áñez, en Bolivia, al palacio presidencial de La Paz, alzando la Biblia sobre su cabeza. Otra pelea entre Satanás y Dios, con los comunistas del lado del diablo. Igual piensa ese tipo con gorro de oso y cachos de cebú que entró al Capitolio en Washington. Trump es su salvador y Biden, un comunista satánico. Argumentos similares a los de los pastores evangélicos que decían que Colombia iba a convertirse en república homosexual y satánica si ganaba el Sí en el plebiscito. ¡Por fin llegó la unidad del continente!
Es el problema de mezclar la fe con la política. Los fieles aprenden a creer en leyendas sobrenaturales que, desde el punto de vista de la realidad, son inverosímiles, pero su inteligencia les permite mantenerlas en un plano separado. Hasta que la fe irrumpe en la política y todo se mezcla, y lo que en el mundo espiritual es aceptado se vuelve un esperpento al sacarlo a la luz, al tratar de darle realidad, con fórceps, por fuera de los templos. Tal vez esto sirva para que todas esas creencias se queden en la penumbra de lo íntimo y se alejen de las curules. Una buena enseñanza.
A todas estas, ¿dónde estaría Pachito Santos el miércoles? ¿Habrá entrado con el primer grupo, al lado del hombre cebú? Lo imagino vestido de Pedro Picapiedra, saltando sobre los pupitres de los senadores, con un garrote de leñador para confundirse con la ultraderecha blanca gringa, el equivalente de su anhelado Bloque Capital que él quiso crear en épocas del asesinato de Jaime Garzón. O a la senadora Cabal, con uno de los trajes miméticos de su marido. En general, imagino al gobierno de Duque, que le apostó sus fichas a ese demente de pelo color zanahoria con el único argumento de que sus locuras de ultraderecha se acomodaban a las locuras criollas de su jefe y líder máximo, Álvaro Uribe. No olvidemos que Duque, según versiones de prensa, estuvo dispuesto a ir a Miami a hacer un mitin de apoyo a Trump entre la comunidad colombiana residente. ¿Qué pensará ahora? ¿Será capaz él, cuando el uribismo pierda las elecciones, de dirigir una marcha de paramilitares reciclados? ¿Sabrá conducir a las Águilas Negras, a los miembros del Partido Machista del Casanare y al Centro Democrático para tomarse el edificio del Congreso e instalar banderas con la foto de Uribe? Les dirá, como Trump a los suyos, “we love you”. La fiesta de las falsas noticias y las mentiras políticas parece haber terminado, por ahora, aunque con un problema y es que todo lo que sucede en EE. UU. como comedia se repite como tragedia en Colombia, y una insurrección civil de ultraderechistas, sostenida a bala y a pedradas por los paracos de la calle, no dejaría títere con cabeza. Ese es el peligro y la gran bobada de estos gobernantes que piensan con ideas trasplantadas y traducidas, sin el menor arraigo. Esa es nuestra verdadera tragedia.