En pocos días el mundo entero celebrará la Semana Santa y por segunda vez nos veremos obligados a vivirla en condiciones especiales por la pandemia del COVID-19, aún con la implementación de la vacuna.
Será esta la segunda ocasión en que los colombianos demostraremos qué tanto hemos aprendido en materia de prevención del contagio, tema en el que parece existir una especie de resistencia porque, aun con todo lo que se vivió en nuestro país en las dos primeras olas, persisten las aglomeraciones y gente en las calles sin tapabocas.
Puede que sea cierto que las personas estén cansadas, ¿es ese el motivo para no cuidarse? ¿Cuándo vamos a entender que al descuidarse se pone a los demás en riesgo? ¿Será posible que seamos conscientes de que la responsabilidad es nuestra y no de los gobernantes? Es muy fácil echarles la culpa a los gobiernos, sean locales o de carácter nacional, y muy difícil asumir que la culpa es de la incultura ciudadana.
No se puede continuar con la idea de colocar a los uniformados de la Policía Nacional a perseguir a gente sin tapabocas porque eso no hace parte de sus funciones, eso corresponde a cada ciudadano quien debe hacerse responsable de sí mismo y de los suyos.
Tampoco se puede pretender que la Policía cuide que cada vendedor ambulante guarde el debido distanciamiento de sus colegas para que los andenes no se conviertan en foco de contagios. Mucho menos se debe colocar a los uniformados a revisar bar por bar para cerciorarse de que no haya pista de baile, que el administrador cumpla con los protocolos establecidos en los planes pilotos y sobre todo que no haya personajes que pretendan pasarse de astutos burlando las normas como estaba sucediendo con los gastrobares, donde no faltó el avivato que para abrir su establecimiento vendía una que otra empanada con salchipapas junto a unas diez de cervezas.
Que no llegue a Colombia un tercer pico del COVID-19 no va a depender de las medidas que tome el Gobierno Nacional o los gobernadores o alcaldes; no, señores, depende del comportamiento de cada ciudadano. La Semana Santa servirá como prueba de fuego para verificar si en nuestro país se aprendió la lección de Navidad, cuando las aglomeraciones y fiestas fueron el pan de cada día y produjeron que las cifras de contagiados se dispararan y que las UCI estuvieran al borde del colapso.