Se buscan más roosevelts y más santos

Pedro Viveros
21 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

Hace un año unos ciudadanos parisinos con “chalecos amarillos” pusieron en jaque al gobierno francés de Macron por una medida que buscaba aumentar el impuesto sobre el dióxido para mejorar el medio ambiente. La frenética respuesta de ese movimiento incendió la capital francesa y la de varios países vecinos. El presidente de Ecuador, Lenin Moreno, frente a una complicada situación fiscal presentó un paquete de medidas económicas que incluía la eliminación de subsidios a los combustibles. Por estos beneficios, el precio de la gasolina en la frontera colombo ecuatoriana es demasiado bajo, lo que beneficia directamente el negocio del narcotráfico. Decisiones sensatas que provocan reacciones inimaginables como la de los indígenas que terminaron pidiendo la cabeza del mandatario.

En Hong Kong, el “movimiento de los paraguas” lleva varios meses en las calles por una medida judicial emitida por el gobierno de la China continental. En España, por la condena del Tribunal Supremo contra unos líderes independistas en el caso del “procés”, la reacción en Barcelona lleva varios días de hechos violentos contra la policía y amenazando la riqueza arquitectónica de esa ciudad. En Culiacán, México, durante un patrullaje rutinario un grupo de agentes encontraron al hijo del Chapo Guzmán, un “pez gordo”, y de inmediato esta legitima acción de los organismos de seguridad desató la “ira delincuencial” y programada del cartel de Sinaloa. Al final soltaron al delincuente, es decir el hampa se impuso al Estado mexicano. Para rematar, por una decisión del presidente Sebastián Piñera de subir las tarifas del metro de Santiago, la tranquila capital amaneció estos días incendiada, con extensiones de violencia en otras ciudades. A veces pareciera que el tono gris para la solución de los conflictos en la democracia actual hubiera desaparecido. Las instituciones reconocidas están amenazadas por quienes buscan respuestas extremistas. O es blanco o es negro.

Las “nuevas insurgencias”: en Barcelona un grupo minúsculo operó el “tsunami democrático” y activó sin rostro y desde una cuenta super encriptada un mensaje para actuar contra el aeropuerto El Prat, o para hablar de nuestro país, las 222 entre protestas y paros que en los 439 días de gobierno, el presidente Iván Duque (día de por medio hay manifestaciones y enfrentamientos en las calles) afronta desde su llegada a la presidencia, nos remiten a  David Runciman en su libro Así termina la democracia, cuando advierte: “cuanto más se da por asumida la democracia, más oportunidades hay de subvertirla sin tener que derrocarla”. ¿No será que algunos quieren deponerla y justifican sus malos propósitos sobre los hombros de las buenas causas? 

Pertenezco a la generación de la media docena de violencias acostumbrada a observar cómo, ante cada conflicto que parecía insuperable, siempre había un amable componedor que por medio de razones se esforzaba para resolver la crisis y evitar avivarla. Hubo líderes que fueron instigadores de estrategias “supra democráticas” para garantizar sus intereses. Ejemplo: Theodore Roosevelt, quien como presidente de los Estados Unidos lideró la toma de Panamá al tiempo que ganó el Nobel de Paz en 1906 por “su exitosa labor de mediación para finalizar la Guerra Ruso-Japonesa y su interés en el arbitraje, habiéndole proporcionado al Tribunal de la Haya su primer caso”.

Es posible que en estos primeros años del siglo XXI haya sectores que entiendan que la evolución de la humanidad tiene como norte irse al abismo como forma de expiar nuestros propios errores. Prefiero que el mundo tenga más roosevelts, o que el único colombiano ganador de ese mismo galardón sea un hombre que hizo la guerra para encontrar la paz.

Y pensar que hoy Juan Manuel Santos podría ser efectivo en los otros conflictos que tenemos con Cuba y Venezuela, pero Álvaro Uribe lo tiene todavía en su cabeza como el hombre que le sirvió para la beligerancia.

@pedroviverost

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