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Se calentó el parche

Reinaldo Spitaletta
03 de marzo de 2009 - 04:00 a. m.

FUE CUNA DEL NADAÍSMO, PERO también de uno de los carteles más sanguinarios. Fue, en los sesenta, una ciudad por la que pasaba el meridiano de la cultura de América Latina (la expresión es del director de orquesta y pianista argentino Daniel Barenboim), pero, en los ochenta y noventa, se transmutó en una urbe de terrores cotidianos, con explosiones de carros bomba y matanzas a granel. Ahora, Medellín parece estar de nuevo a las puertas del infierno.

Los síntomas actuales, consistentes, entre otros rubros, en la reaparición de bandas armadas y aumento de la criminalidad, tal vez no hagan pensar que volverá a aquellos tiempos de desasosiegos permanentes, pero sí comienzan a preocupar a la ciudadanía. Desde el año pasado se advierten reacomodamientos de las viejas estructuras paramilitares, que en realidad no fueron desmontadas, y disputas por el control de sitios clave de la ciudad.

Vale recordar que, a fines de 2008, la atmósfera política se calentó con las declaraciones del ex alcalde Luis Pérez contra el actual mandatario Alonso Salazar, al que acusó de recibir apoyo de alias Don Berna durante la campaña que lo llevó a la Alcaldía. Por esas mismas fechas, analistas hablaron del “maquillaje” de cifras desde la administración de Sergio Fajardo para camuflar el resurgimiento de la violencia urbana. Los más suspicaces decían que en el período de Fajardo lo que hubo fue un pacto de convivencia con grupos paramilitares, que comenzó a romperse.

Por aquellos días no era extraño que en determinadas comunas de la ciudad la muchachada dijera que en rigor el alcalde no era Fajardo sino Don Berna. Con la extradición de éste —y tal vez desde antes— la disputa por el control de la ciudad pasó a otros bandos. Ah, y la muerte de alias Job, “ilustre” visitante de la Casa de Nariño (o de “Nari”, como él la denominó), también evidenció el despelote entre reinsertados y otros grupos.

Hasta el comisionado de Paz, Luis Carlos Restrepo, cuando le preguntaron por su “distanciamiento” con el proceso de reinserción en Medellín, declaró que era por “el juego” que Fajardo y Salazar le habían dado a Don Berna y a Job. Ese ambiente que el año pasado se enrareció con la captura del hermano del Ministro del Interior y Justicia, acusado de nexos con alias Don Mario, hoy sigue vigente. El capo, según informes, como los del Instituto de Capacitación Popular (IPC), va por el control del centro de Medellín.

Don Mario —según los mismos informes— busca monopolizar a las denominadas Convivir, que obtienen millonarias sumas por el cobro de vigilancia y de vacunas, no sólo a comerciantes legales, sino a las “ollas” en las que se expenden alucinógenos. El caso es que en Medellín, donde también actúan otras “oficinas”, como la de Envigado, ya no son raras las balaceras, ni el aumento de la delincuencia común, ni las confrontaciones en el centro y la periferia. Investigadores sociales sostienen que el perfil de los desmovilizados, más delincuencial que político, los hace proclives a reincidir en la criminalidad. Y algunos van más allá al afirmar que la reinserción fue exitosa mientras Don Berna tuvo incidencia en ella.

La actual situación, que no es sólo de Medellín, prueba una vez más que no hubo desmonte de las estructuras paramilitares. El panorama es más desolador porque trasciende las peleas entre tales facciones. Y en el paisaje vuelven a aparecer las amenazas contra líderes comunales y sociales, y defensores de derechos humanos. Los muchachos, en los barrios, hablan otra vez de la calentura y ya se han dado enfrentamientos entre bandas, no sólo con pistolas, sino con fusiles.

“Se calentó el parche”, dicen en varias comunas. Y para que se enfríe tal vez no baste con prohibir los parrilleros de las motos. El asunto es de más fondo social. Suenan timbres.

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