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Se casó el procurador

Lorenzo Madrigal
10 de febrero de 2013 - 11:00 p. m.

TODOS SABEMOS QUE LA BODA FUE de su hija Natalia, pero el procurador Alejandro Ordóñez encontró la ocasión de contraer con el país entero, que estuvo profusamente representado en el acto litúrgico y en el profano.

El obispo, monseñor Libardo Ramírez, columnista de El Nuevo Siglo, prelado sentado a la diestra de Dios Padre —bien a la diestra—, ofició en latín, como lo practica y lo permite el papa Benedicto. Ni corto ni perezoso, el tridentino procurador se acogió a esta ley permisiva del pasado y, según la prensa, hasta los vasos sagrados más antiguos y dorados le fueron prestados a la sacristía de San Agustín, la iglesia escogida, por la Catedral primada y por el bondadoso cardenal arzobispo de Bogotá.

Uribe no asistió; iba Santos. Éste lució elegante (su sastre de gala tampoco es el mismo de Uribe), dígase igual de la primera dama, espigada y discreta. Llevaba el presidente el pañuelo de solapa en color rojo, lo mismo que Enrique Gómez y Alberto Casas. Me pregunto si los conservadores deberían lucirlo en tono azul.

El smoking de Fernando Londoño databa del canciller Londoño y Londoño, bien conservado en naftalina. El representante Telésforo innovó con un traje a rayas horizontales, no obstante smoking, y a la entrada de la iglesia le pidieron apagar el celular. Hoy en día ese repique del teléfono de Telésforo es lo único que se recuerda de la perorata del presidente el día de ira por los resultados de La Haya.

Al procurador se le vio delgado y algo desacomodado dentro del atuendo ceremonial. Con 700 invitados y cada uno con regalo, va a declararse impedido en los siguientes casos de su gestión. Se casó con el país nacional y político, y tras la boda de su hija, de lo que ahora se habla es de su candidatura presidencial. A todos les llegaron invitaciones, menos, claro está, a aquellos que tienen suspendidos los derechos políticos.

La iglesia de San Agustín se vio espléndida y estrecha, imagino que con sus cuadros coloniales en original y no con ciertas réplicas, que semejan la restauración del Ecce Homo de Zaragoza.

Revivió el pasado eclesiástico, el lujo, la sociedad incongruente del siglo XX, las viejas solapas, abolido el fajón, salieron del armario, sacudidas, las pieles de mink, de gato y hasta las de sospechoso color ratón. Fiesta en torno del procurador más intransigente de cuantos han sido; por el congreso asistió Roy Barreras, con su enorme parecido al Gabriel Turbay Avinader de los cuarenta; todos estaban: el hijo de Laureano, el hijo de Galán, el hijo de Serpa; Luis Carlos Sarmiento era el diario de su propiedad en persona. Qué bueno que no se hallaron en esas bodas de Camacho ni Cecilia Orozco Tascón ni Ramiro Bejarano ni María Jimena Duzán ni Coronell ni Caballero ni Vladdo y, desde luego, tampoco Fidel Cano. Ausencia notoria del país contestatario.

 

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