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Se le salió de las manos

Paloma Valencia Laserna
09 de agosto de 2013 - 11:00 p. m.

Santos en su intento por justificar su alejamiento de Uribe, pretende desdibujar las ejecutorias de los gobiernos uribistas.

Su afán de ser mejor, y de tener mejor opinión entre los colombianos lo llevó al extremo de sugerir que el gobierno Uribe era una farsa: no había logros, no había cambios; todo lo dicho y vivido era una mentira. Más allá de que podamos juzgar con un criterio trascendente las ejecutorias del país en los tiempos de Uribe, lo que sí existía era la sensación de que Colombia podía salir adelante, como si después de haberse mecido en una hamaca sin avanzar, la nación hubiera dado sus primeros pasos hacia alguna parte. Santos logró destruir ese optimismo. Ahora, lejos de que el afecto que se tenía por Uribe se haya trasladado a Santos; el país se deprimió.

A eso se suma una inseguridad creciente que se la califica de percepción y se combate con cifras. La extorsión ha remplazado el secuestro y el asesinato, pero la gente está a merced de los violentos, sin derechos y sin libertad. Las carreteras son inseguras, hay órdenes de paros armados y bloqueos. La gente volvió a sentir miedo, volvió a considerar dejar el país pues se deshace en el caos. Desde el Cauca llegan las más espeluznantes historias sobre el dominio de las Farc. Se pavonean por los pueblos con listas de las familias que viven en cada casa y les advierten quiénes están en la obligación de salir a bloquear las vías; incluso les exigen “aportes” para financiar los paros.

Todo eso no le preocupa a pretenciosos escritores, que desde la comodidad de Bogotá, viendo la serenidad con la que sus libros reposan en sus bibliotecas, consultan las páginas del ilustre Rufino José para seguir negando la realidad de un país, que no conocen ni les interesa conocer. Con ínfulas superiores a sus talentos, juzgan la política con el diccionario de Cuervo, y tal vez, la literatura con el estilo Maduro. Si las cosas empeoran harán sus maletas y volverán a sus plácidas vidas en el exterior. Barro y sangre, serán parte de la figura metafórica con la que expresarán su dolor por una patria de la que se dicen exiliados, sin confesar cómo han contribuido a hacerla inviable.

Lo hacen siguiendo el estilo de Santos. La línea de epítetos es tan larga, que ya a nadie le sorprende que el presidente insulte a un expresidente que además fue su superior jerárquico y el artífice de su propia elección. Santos avanzó en contra del Polo Democrático. A una de sus figuras más representativas, el senador Robledo, lo acusó de ser instigador de la violencia. Nada más mezquino. Disculpa su incapacidad para atender los problemas sociales y evitar las vías de hecho, a través del desprestigio de Robledo, a quien Colombia conoce como un hombre serio, comprometido con su postura ideológica y ajeno a toda práctica de violencia.

Santos —con una lógica inaccesible— interpreta como un éxito, la coincidencia en la crítica de la izquierda democrática y el uribismo. Esas críticas que desprecia Santos vienen de la Colombia institucional que observa su falta de sensibilidad social y su incapacidad para gobernar; tal vez juzgará, nuestro presidente, más significativo el respaldo que le da el régimen castro-chavista.

Al “coja oficio” de Santos, hay que responderle: cumpla con su oficio; gobierne, para eso lo elegimos.

 

 

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