Nunca me creí el cuento de que los banqueros que compraron Semana respetarían la línea editorial de la revista. Todo era una burbuja y no se necesita ser Sherlock Holmes o la Pantera Rosa para haberlo intuido. Esto es muy respetable, como se aplica en términos taurinos: “Cada torero con su cuadrilla”.
Al inicio hubo esperanza, pero se fue esfumando lentamente. Como esas enfermedades de síntomas leves a las que no se les pone demasiada atención. Y como Johnnie Walker, creímos que seguiría, en general, tan campante. Tremendo error. Ya la infección estaba incrustada en la médula y fue cuestión de tiempo que hiciera metástasis. De nada sirvieron cuidados paliativos ni aspirinitas con aguapanela.
Escribo esta columna el 13, aniversario de la tragedia de Armero, que también empezó con un poquito de agua represada a la que nadie le prestó atención hasta que estalló y arrasó con todo lo que encontró a su paso, sin que al sol de hoy se sepa toda la verdad. Este es un país de secretos. Jamás sabremos qué fue lo que los Periodistas, así con mayúsculas, sufrieron hasta que no resistieron más.
Ya habían aguantado tragos muy fuertes. Sandra, la señora que saltó de Yanbal a ser ministra del glifosato; Vicky, la nuestra; Salud y pesetas... en fin. Una burundanga imposible de digerir, ningún intestino normal podría lograrlo hasta que se produjo la obstrucción intestinal.
Felicito a los Periodistas que salieron por la puerta grande: nos han dado una lección de dignidad a los que amamos este oficio, una lección de entereza y valor exponiendo sus vidas al destapar ollas podridas. Felicito a los que investigaban sin caer en trampas o recibir prebendas, a todo ese equipo de redacción que no comulgó más con ruedas de molino.
Me duele el alma por Felipe López, fundador de Semana, que logró convertir su revista en el medio de comunicación más importante de Colombia. Tiene que ser muy duro ver ese sueño estallado y fracturado en mil pedazos. Me duele la desaparición del periodismo independiente. Tal vez creyó en las intenciones de los banqueros, en el respeto que le prometieron.
Semana seguirá adelante. No como un cómic, sino como otra revista digital con diversos horizontes: los que dan dinero y punto. Tendrá otros lectores, así como Trump tuvo millones de seguidores. Hay para todos los gustos. A muchos les gusta la comida chatarra, a otros les gustan los sabores gourmet.
Aspiro, sueño, tengo la esperanza de que estos maestros del periodismo, de los que aprendimos tanto, sigan escribiendo. Sus voces no se pueden silenciar, menos en estos momentos en que las mentiras, las manipulaciones, las verdades a medias y un populismo de extrema derecha que amenaza la libertad de expresión rondan en el ambiente enrarecido por la corrupción, el desgobierno, la impunidad, las ganas de volver no trizas sino mierda el Acuerdo de Paz. En fin... al buen entendedor, pocas palabras bastan.
Como escribió Patricia Lara: gracias, Felipe. Quijote de un sueño que fue por muchos años realidad. Recuerdo los primeros meses en una oficina cerca de la avenida Jiménez. Plinio Apuleyo Mendoza, dirigiendo la batuta de una orquesta en que cada instrumento resonaba limpio y claro. Esas noches en vela, ese trabajo infatigable por regalarle a Colombia la mejor Semana. Lo lograron. Hasta que llegó el rey Midas y creyó comprar el pensamiento y las ideas para convertirlas en billetes manoseados. Estas, como dice la canción, ni se compran ni se venden.
La verdadera Semana terminó. ¡Bajó el telón! Se abre un circo de variedades: crispetas, conejos que salen del sombrero, prestidigitadores, fumigaciones a domicilio, salud en casa. El mundo sigue girando.
Posdata. Imperdible el libro de Gustavo Álvarez Gardeazábal: Los sordos ya no hablan. La verdadera historia de un pueblo arrasado.