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Secuelas del feminivirus

Mauricio Rubio
12 de noviembre de 2020 - 03:00 a. m.

Si el patriarcado controlaba a las mujeres manipulando su sexualidad, por ejemplo obligándolas a ser madres desde jóvenes, académicas puritanas acabaron imponiendo una represión aún mayor.

Carolina Sanín, escritora, anota que las mujeres “quedan teniendo la edad de ocho años durante el resto de la vida. Trancadas y truncas. (una tarea) es convencer(las) de ser adultas… que la feminidad no es infantilidad… Mientras las mujeres sigan indulgiendo en las maneras de una preadolescencia filial y perpetua, no se presentará ninguna alternativa posible al patriarcado”.

En generaciones anteriores la norma era “virgen hasta el matrimonio”. La recién casada se entregaba enamorada al hombre de su vida. Previamente, para desactivar el deseo sexual asociado a la menarquia, oblicuamente se sugería que esas sensaciones intensas, vergonzosas, eran reflejos pueriles, fiebre de juventud, no el verdadero amor que llegaría incluso después de un matrimonio arreglado.

Al atávico susto al embarazo, el feminismo mojigato gringo logró sumarle el pánico a la violación, el disgusto, asco, por cualquier avance sexual masculino, el desprecio por la seducción y, en últimas, la prevención y desconfianza para enamorarse porque eso pone a la mujer a merced de machos que engañan, dominan y hacen daño. Del miedo al sexo se pasó a una idealización tal de las relaciones que los hombres comunes provocamos desconfianza, pavor. De cualquier desacuerdo o pelea somos, por principio, culpables de la peor ralea: ¡el violador, maltratador, abusador, explotador, eres tú!

El discurso tóxico se aprende ahora off campus: lo asimilaron medios, políticos, ONGs, influencers, estrellas de cine, cantantes y público en general. La igualdad se volvió fábula: conductas dañinas consideradas maltrato masculino son aceptadas, aplaudidas, en mujeres. Algunas, conozco varias, más victimarias impunes que víctimas, disfrutan sus prerrogativas de muchos derechos pero sin deberes. Son egocéntricas, caprichosas y quejetas. Nadie las cuestiona: un subliminal y contagioso feminivirus alcanzó inmunidad de rebaño contra el sentido común.

Por la sensualidad que mostró Ana, mi hija menor, al alimentarse por primera vez del pecho de su madre, con un placentero ronroneo que aún conserva cuando disfruta lo que come, intuí que sería seductora y, además, entendí que esa capacidad era innata, no aprendida. Innumerables anécdotas confirmaron mi pronóstico. El gran desafío al criarla ha sido doble: en contra del veto ideológico al flirteo y la seducción, símbolos de debilidad femenina, convencerla de que no desaproveche su habilidad para relacionarse con los hombres pero, también, que estudie seriamente: no debe convertir tal ventaja en la única herramienta para manejar su vida, y mucho menos para ganar dinero. Objetivo tácito ha sido no frustrar ni sabotear la que presentí sería una sexualidad rica y descomplicada. “Ojalá no quede embarazada muy pronto” bromeé con frecuencia mientras ella crecía reafirmando su innata coquetería, haciendo explícita la prioridad de ser madre y repitiendo que cuando llegara un príncipe azul no dudaría en abandonar la casa para irse con él: “así es la vida”, sentenciaba.

Ana se interesó desde muy pequeña por mis inquietudes, lecturas, teorías y conjeturas sobre las parejas. Su darwinismo espontáneo aún es inmune al discurso fanáticamente culturalista que se impuso al extremo de considerar fascista la noción científica de factores hereditarios. Percibió intuitivamente las diferencias de sexualidad y estrategias de emparejamiento no solo entre hombres y mujeres sino entre las mismas chicas. Asimiló la discrepancia básica entre Mafaldas y Susanitas -como ella- pero descubrió que una opción infalible con algunos chicos es “hacerles creer que soy una Mafalda”.

Recientemente manifiesta su desacuerdo con el discurso correcto. Cuando le advertí que tendrá profesoras asegurándole que la belleza femenina es irrelevante para conquistar chicos exclamó incrédula: “¿en serio piensan eso?”. Tampoco podía creer que la Bella Otero sedujera monarcas sin ser muy hermosa. “Ese arte no es tan simple”, le aclaré.

En materia sexual le recomendé evitar enredos, ser siempre monógama, pero tener varias experiencias secuenciales antes de embarcarse en una relación de largo plazo con hijos. Le expliqué que por ser de otra época jamás me atrevería a sugerirle una edad para acostarse por primera vez. Sobre ese inicio habla con su hermana mayor. Ante las incómodas y arriesgadas experiencias de algunas amigas, hace poco anunció: “todavía no sé cuándo tendré sexo; pero será en una cama y con preservativo”.

El debate entre feministas francesas y anglosajonas a raíz del #MeToo se replica en la actitud de las adolescentes de ambos orígenes hacia los hombres. Ana y sus amigas no viven obsesionadas con el violador, mucho menos entre sus compañeros de colegio. Saben prevenir abusos, conocen qué calles no frecuentar y tienen conciencia del peligro de mezclar alcohol con sexo. En síntesis, son más frescas y pragmáticas que asustadas e idealistas. Están poco intoxicadas por el neofeminismo sororo y antivaronil que infantiliza a las mujeres más que cuando sólo cuidaban su virginidad. Al sentirse informadas, seguras, libres y responsables de sus actos, tienen menos embarazos precoces. Voilà!

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Joaquín(51221)12 de noviembre de 2020 - 08:43 p. m.
Brillante.
Guillermo(gyqlv)12 de noviembre de 2020 - 03:18 p. m.
Y ahora, ¿quién podrá defenderlo?
Hernando(84817)12 de noviembre de 2020 - 03:03 p. m.
Excelente columna y muy buen análisis del tema. Incomprensible para una sociedad hipócrita, fundamentalista y pacana, incapaz de dotar a la mujer de una excelente educación, valor y ejemplo, que la fortalezca para enfrentarse la vida con la dignidad que merece como ser humano independiente y no como apéndice del hombre
Hernando(84817)12 de noviembre de 2020 - 03:03 p. m.
Aún existen colegios "in" que educan a las mujeres para ser “buenas esposas”….”muy fieles al hombre” …dependientes de él, e incapaces de enfrentar la vida con la libertad que les ha dado la naturaleza, pero que les niega de manera muy conveniente una sociedad que se resiste a los cambios.
Atenas(06773)12 de noviembre de 2020 - 02:01 p. m.
Y vuelvo al baile de tan oportuno como interesante asunto del feminivirus. Y en tiempos tan recios y abrumantes como estos, de recesión económica, pandemia e incertidumbres, o toda una acumulada tragedia griega, cuánto se aprecia y admira el rol central de las mujeres y madres, educadas y empoderadas. Son sublimes.
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