Seguridad en Medellín: Cuando las cifras contradicen las percepciones

Guillermo Zuluaga
29 de octubre de 2018 - 05:00 a. m.

Apareció este jueves y la cifra carga algo de simbolismo. Es la tapa de un diario sensacionalista y habla del número de homicidios en Medellín en este año. Y ese “500” se ve grande, impactante, contundente.

Y 500 es un número extraño. Es uno de esos guarismos que significan algo. Contrario a, qué se yo, el 347, el 71, que no dicen mucho, el 500 remite a imágenes: genera la idea de algo que va por la mitad de un recorrido, o de un peso, de una medida. 500 dice poco pero también dice mucho.

Pero las cifras son frías y hay que desconfiar de ellas, máxime cuando son tan redondas: a lo mejor alguien pudo morir en un barrio a esa hora y no ha aparecido o no fue registrado. O alguien no murió pero la cifra queda más diciente y presentable así, redonda, circular, completa.

Y más allá, habrá que pensar que en estos casos las cifras representan personas, seres humanos. No es un ente abstracto, etéreo. En concreto representa a 500 personas que dormían, que soñaban, que comían, que rezaban, que amaban y que odiaban, seguramente.

Quizá valga la pena volver con la manida frase aquella, atribuida a Stalin, acerca de que “la muerte de millones es una estadística y la muerte de una persona es una tragedia”. Y lo cierto es que Medellín se está poblando de tragedias. Contrario a esas “percepciones” —que tanto gustan en el despacho del alcalde Federico—, la ciudad de nuevo vive noches muy oscuras, que si bien no son comparables con aquellas de principios de los años 90 del siglo pasado, sí deberían llamar a reflexión sobre lo que está ocurriendo., que es algo diametralmente opuesto a lo que planteó y plantea nuestro alcalde.

Después de que Federico Gutiérrez dejara su dignidad como concejal de Medellín anduvo por escenarios propios y más allá de la frontera pontificando como experto en seguridad y parecía tener la fórmula mágica para sacarnos de esa situación a quienes vivimos y habitamos esta ciudad.

Sin embargo, su labor como alcalde de Medellín se ha dedicado a “vender” la idea de que está trabajando por la seguridad en Medellín. Hoy agarra a dos “pillos” que fleteaban en una moto; mañana presenta ante las cámaras a tres jefes que faltaban de las estructuras xx que delinquían en los barrios xy. Ese delirio por querer mostrarse como el alcalde de la seguridad lo llevó incluso a comprar un helicóptero (que algunos llaman “Ficóptero”) que da vueltas y remolonea sobre la ciudad, causando más zozobra e inquietud que verdadera sensación de seguridad. Cuando esa aeronave vuela sobre la ciudad, muchos nos amoscamos y creemos que algo negativo está ocurriendo en alguna zona. A la mente llegan, incluso, esas películas donde siempre hay un helicóptero sobrevolando, para llegar a recoger heridos o muertos empacados en bolsas de polietileno. Suena tan anecdótico, pero es real.

A pesar de “vendernos esas percepciones”, cifras como la de este jueves en el tabloide Q’hubo lo contradicen. De hecho, cuando Aníbal Gaviria llegó a la Alcaldía la tasa de homicidios llegaba a 1.251; al cabo de su mandato terminó en 495. Por su parte, en 2016, en el primer año de Federico Gutiérrez —el de la seguridad—, la cifra de nuevo subió a 534 y en 2017 aumentó a 577.

En octubre 24 de 2018 ya se han registraban 500 muertos. Según cifras de la propia Alcaldía de Medellín, entre enero y octubre 24 de 2017 la cifra fue de 460 homicidios y en similar período de 2018 van 502, para un aumento de 42 y una variación porcentual de 9,1 %. Pero las cifras son frías, insisto: dicho en términos más cercanos habría que hacer entender que 42 proyectos de vida se truncaron, 42 familias quedaron rotas para siempre, 42 hogares tendrán un lugar vacío en sus mesas. Si la tendencia se mantiene —esperemos que no— Medellín cerraría el año con unos 600 homicidios.

La tasa de homicidios también es sintomática de algo. Es como la fiebre. Porque si bien los homicidios se pueden medir, no se puede hacer lo mismo con las extorsiones y otras formas de delito. Según Mauricio Galeano, magíster en Ciencia Política y estudioso de la extorsión en Medellín, este flagelo está en su punto más ferviente. Según este experto, “los combos tienen oficinas de cobro donde las víctimas deben ir a consignar la cuota de las «vacunas» y, en caso de no hacerlo, son intimidados, violentados o, en el peor de los casos, asesinados”. Según este analista, la connivencia de algunos miembros de la Fuerza Pública con los combos también deriva en desconfianza de la ciudadanía, por lo que ésta no se siente segura ni protegida.

Y claro, los problemas de seguridad no son exclusivos de este mandatario, solo que para él es más importante proyectar esa imagen de que los está solucionando. Al contrario, si realmente le interesara más la seguridad que las percepciones, ahondaría más en un trabajo en valores desde el núcleo familiar y desde escuelas y colegios. Y trabajaría por la seguridad urbana mediante la articulación de esfuerzos con líderes, Fuerza Pública y comunidad, atendiendo puntualmente las necesidades y problemáticas de cada sector. 

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar