Separados, viudos y solterones

Mauricio Rubio
22 de marzo de 2018 - 03:00 a. m.

Un mito contemporáneo tan arraigado como absurdo es el de las motivaciones de los clientes de la prostitución.

A finales de los 80, seguramente sin haber entrevistado nunca a alguien que comerciara con su cuerpo, Kate Millet sentenciaba que “no es sexo lo que la prostituta vende, en realidad es su degradación”. Feministas que homogeneizan las sexualidades y se sienten voceras de mujeres silenciadas, despojadas de su autonomía y capacidad de agencia, impusieron esa leyenda a pesar de toda la evidencia testimonial en contra. “Consideramos que la prostitución no tiene nada que ver con el sexo, sino que es un intercambio que explota a una de las partes y está enraizado en el poder masculino”. El discurso ha sido adoptado hasta por varones taimados con doble vida que, como Víctor Hugo, asimilan las prostitutas a esclavas pero mantienen algunas a su servicio.

Un dato revelador de la Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS) sobre los clientes de la prostitución en Colombia es su estado civil. Quienes más recurren al mercado donde se intercambia dinero por relaciones sexuales son los hombres que no tienen sexo en el hogar. Mientras que entre varones casados o en unión libre el porcentaje que declara haber sido cliente de la prostitución el último año es del 2,1%, para quienes no cuentan con una pareja establecida —solteros, separados, divorciados y viudos— la proporción es cuatro veces mayor, 9,5%. En cualquier edad, los usuarios con pareja estable representan la misma baja proporción; es a partir de los 40 años que se configura el grueso de la clientela, con solterones y hombres que estuvieron casados o unidos. Además, este grupo reporta menor actividad sexual, cada tres semanas, que los emparejados con un encuentro semanal. Esta peculiaridad, inexistente en otras sociedades, sugiere un mercado de parejas y sexo casual bien precario. Según la ENDS, el desierto que atraviesan separadas y viudas es más angustioso que el masculino.

Hace más de medio siglo Virginia Gutiérrez hizo anotaciones aún pertinentes sobre el mercado del sexo. “Son también clientes de la prostitución elementos seniles que buscan en este servicio un retorno a su seguridad sexual en la época de decadencia física”. Con relación a los colombianos que deciden no casarse, la aguda observadora señaló que “la sociedad santandereana ofrece dentro de las clases altas la presencia de hombres solteros sobre 40 años, muy solventes y de activa vida social, atados a una familia ilegítima… Su honradez y moral humanas son tan hondas, que se inhibe para contraer legalmente con otra y marginar su hogar de procreación inicial… Mujer e hijos son seres casi extraños. Convive con ellos, pero no los integra como esposa o descendientes ni lo identifican como esposo y padre”. Es precisamente en Santander donde todavía se concentran esos solterones mayores de 40 años, que en ese departamento representan el 10% de los hombres, contra un 6% a nivel nacional. Si en el país los usuarios de la prostitución son uno de cada 20 varones, entre este grupo peculiar la proporción es cinco veces superior, uno de cada cuatro.

Así, el bulto de demandantes de sexo pago en el país está constituido por patriarcas otoñales bien distantes del varón que somete a su esposa y alrededor del cual, antes del #MeToo, se centró el feminismo durante las últimas décadas. Hilando fino, multar a los clientes de la prostitución, como propuso Clara Rojas, podría incluso considerarse trato discriminatorio: penalización atada al estado civil.

Militares, paras, guerrilleros, bandidos, pandilleros y demás bárbaros sin pareja han violado o sometido históricamente mujeres, obligándolas a prostituirse, pero sería insensato equipararlos a los ciudadanos que en Colombia compran servicios sexuales a quienes reiteran que los ofrecen voluntariamente. La intervención de ese mercado debería centrarse en las menores de edad que, en un complejo enredo, tampoco son siempre forzadas, o lo son por familiares. Alguna gobernante audaz podría también tratar de activar el lánguido mercado de parejas de segunda mano que actualmente impulsa la prostitución.

Un buen compromiso entre preocupación por las mujeres, respeto a la evidencia y sentido común lo ofrece, de nuevo, Camille Paglia. “La prostituta no es, como pretenden las feministas, víctima de los hombres sino conquistadora, una proscrita que controla los canales sexuales entre la naturaleza y la cultura”. Eso mismo anota con sus términos Margarita, colombiana que ejerce el oficio en España. “Llegan con falta de amor, quieren que seamos mimosas: se les hace una pequeña caricia y ya están a los pies de uno”. Para acabar de desafiar el mito, el aporte de la ENDS parece de Perogrullo: el escenario favorable a la prostitución —de miseria sexual, no de dominación— es más común entre los hombres sin pareja en casa.

* Facultad de Economía, Externado de Colombia.

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