Ser Ireneo Funes es resistir

Beatriz Vanegas Athías
17 de octubre de 2018 - 09:00 a. m.

Jorge Luis Borges nos legó a Ireneo Funes. Este personaje es dueño de una memoriosa memoria al punto que es capaz de recordar cada detalle de un objeto con una minuciosidad extrema. Es incluso agobiante para Funes la certeza de que su memoria es la memoria de todo el universo: Mi memoria, señor, es como un botadero de basura.

Funes, el memorioso ya tenía la percepción aguda y fina, mucho antes de un accidente que lo dejó inválido, pero él lo niega al afirmar que antes él había sido lo que son todos los cristianos: un ciego, un sordo, un abombado, un desmemoriado. La desgracia o el privilegio de Funes que lo lleva irremediablemente a detenerse en los detalles más que en la generalidad; más en el fragmento que en la totalidad, lo hace dueño de una sensorialidad propia de aquel que está en el mundo siempre alerta, sin creer del todo en lo que dice “la gente”.

Funes podía ver las múltiples caras del muerto en el largo velorio; o percatarse de la forma, color, textura, olor de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado. No dormía o lo hacía poco porque creía que dormir es distraerse del mundo. Su lucidez era tal que necesitaba estar a oscuras y aun así podía captar un mundo multiforme, instantáneo y casi intolerablemente preciso. Su capacidad de discernimiento era tal que lo pensado una sola vez ya no podía borrársele. Así que Funes había acumulado a sus diecinueve años más recuerdos que los que habrían tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo.

Ser Funes es estar vivos de verdad-verdad. Ser Funes para un colombiano sería acumular la vida que a muchos no han dejado vivir. Ser Funes para un colombiano sería resucitar a diario a sus muertos.

En un tiempo de dolor (que nunca termina de pasar) cuando murió mi madre, la niña Amely Athías, quise saber dónde estaba ella en eses nuevo estado de la muerte. Y un sacerdote, uno de los pocos en los que creo (Guillermo León Villa) en esta, la única vida que pienso que hay; en este, el único baile que bailamos como dice Antonia, el maravilloso personaje creado por Marleen Gorris; el padre Villa me dijo que mi madre y todo el que moría estaba dentro de uno y que recordarla todos los días y resignificar sus actos es una manera contundente de que no muera y de resucitarla. Reafirmé entonces que la memoria es la vida y el olvido la muerte.

Funes lo sabía. Funes, el memorioso. El que no diferencia o no compara, pero nunca olvida un detalle, una emoción, un gesto, la hora  exacta y el color del día en que ocurrió el suceso; la crueldad, la infamia o la belleza del hecho; la motivación. La memoria de Funes, como afirma Alicia Genovese “es lo contrario de todo aquello en lo que nuestra cultura nos ejercita: la especulación, la generalización, la abstracción; operaciones que pueden conducir también a una reproducción mecánica de lo percibido, a un olvido del mundo físico”.

Ejercitar la memoria para no ser imbombos, muertos en vida; para no olvidar ni repetir el error de escoger a presidentes como el que tenemos.

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar