Todo es atroz en lo que se refiere al incendio sucedido el 4 de septiembre en el CAI de San Mateo, en Soacha, que causó la muerte de nueve muchachos detenidos. Atroces las denuncias sobre lo que pasaba allí antes de ese día: hacinamiento que hacía que durmieran sentados o acurrucados, golpizas, carencia de comida y prohibición de visitas. Horribles también las imágenes: madres suplicando a gritos que dejaran salir a sus hijos, niños llorando por la posible muerte de sus padres, intentos de una mujer de usar una manguera para aplacar el incendio mientras un policía se la arrebata de las manos. Y lo que se pudo ver por un instante en los noticieros: los jóvenes íntegramente quemados, desfigurados, como zombis a la espera de las ambulancias. Y de la muerte. Atroz también la sospecha de que un agente haya podido avivar el fuego con gasolina, algo que está siendo investigado. Y el hecho de que la noticia sólo haya trascendido a los medios dos meses después, gracias a las denuncias del concejal de la Alianza Verde Diego Cancino; que el alcalde de Soacha haya afirmado, como si alguna diferencia hubiera, que murieron por inhalación de humo y no quemados; que hayan tachado a Cancino de populista por sacar el hecho a la luz, y que, una vez más, el ministro Carlos Holmes Trujillo se haya atrevido a decir que todo hace parte de una campaña de desprestigio contra la Policía, en vez de pedir una investigación.
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Ser joven en Soacha
21 de noviembre de 2020 - 10:00 p. m.