Luego de casi cuatro años de vivir el peor gobierno de la historia de EE. UU., mi conclusión es que ser trumpista es indicativo de una personalidad fallida. Algo en la estructura moral del individuo no funciona, como una brújula ética que está dañada.
Me explico para los ofendidos.
Una persona puede ser demócrata o republicana, liberal o conservadora, socialdemócrata o continuista, de centro, derecha o izquierda. Pero esos rótulos sólo reflejan las ideas políticas del ciudadano. Nada más. Con base en ese dato no se sabe si éste es bondadoso o malévolo, corrupto u honesto, justo o intolerante. Ese dato dice algo de sus ideas políticas y poco más.
Esto no sucede con un fascista. Ese rótulo no es uno más de la política. Pertenece a otra dimensión humana, pues basta para revelar la esencia de la persona. Porque el fascista defiende una serie de ideas que son contrarias a la igualdad racial, al Estado de derecho, a las normas de la tolerancia y la decencia, y a la justicia social. El fascista suele creer que existen razas superiores y otras inferiores que deben ser marginadas y a menudo eliminadas. No cree en la democracia, eleva la fuerza bruta a un valor supremo y piensa que la oposición debe ser ilegal. Ese rótulo define la política del individuo, sí, pero también algo más: refleja su esencia como ser humano. Y esta es aborrecible.
Algo similar sucede con el trumpista. Este rótulo no se limita a reflejar una ideología política. Indica una manera de ser, que es moralmente defectuosa. El partidario de Trump se ufana de ser alguien ético y decente, trabajador y justo, incluso patriótico. Pero ese es exacto el problema, porque se trata de una miopía propia. De un autoengaño.
Si uno le pregunta a este fulano si se considera un racista, dirá que no, y lo hará ofendido. Igual si uno le pregunta si es misógino o corrupto, o si es complaciente con las mentiras y con el maltrato de los indefensos. Y será, sin duda, sincero en su rechazo. ¿Pero qué dice de la esencia de esa persona el hecho de que apoye a una figura que sí es de frente todas estas cosas? Eso significa que también lo es, quizá sin saberlo, o que estos defectos no le molestan lo suficiente para impedir su apoyo político. Que no le molesten lo suficiente es, justamente, lo que es diciente. Y grave.
O sea, si esta persona está dispuesta a aceptar las 12 mentiras diarias de Trump, y cada una de sus tesis racistas, y todos sus actos de corrupción y los de sus familiares y colaboradores, muchos de los cuales están presos por esos delitos; si acepta su aprecio por los tiranos y su desprecio a los aliados, y su trato irrespetuoso a las mujeres y su maltrato de las minorías, y su orden de separar familias en la frontera y de encerrar niños en jaulas, y hasta sus remedios de locos y su infidelidad con una prostituta mientras su esposa estaba encinta; si apoya a alguien, por la razón que sea, que comete feliz todas esas ofensas, está comulgando con ellas. Y es cómplice de que existan.
Sócrates acudió al aforismo tallado en el templo de Apolo en Delfos: Conócete a ti mismo. Es decir, practica la autocrítica. Y es aquí donde el trumpista falla. Porque, a sabiendas o no, está alentando políticas y actitudes atroces, contrarias a la democracia y a la justicia. Y eso refleja una esencia aborrecible.