¿Será que Uribe vuelve a gobernarnos?

Hernando Gómez Buendía
08 de julio de 2017 - 02:00 a. m.

Los niños creen que el bien y el mal son cosas simples, o que no tienen sino una dimensión: caliente o frío, aburrido o excitante, positivo o negativo.

Pero la vida adulta consiste en escoger entre opciones complejas, o que tienen valores que se excluyen mutuamente: todo en la vida real implica costos para lograr los respectivos beneficios.

Y sin embargo, en la vida pública casi todos los adultos somos niños. Peor todavía: los dirigentes moralistas y los de mano dura son niños peligrosos, o son explotadores deshonestos de aquel infantilismo moral.

Uribe, Ordóñez, Pastrana, Ramírez y los demás dirigentes que se opusieron y se oponen al acuerdo de paz son por eso retrasados morales o personas deshonestas. De hecho, casi todos los 6’431.576 colombianos que votaron por el “No” en el plebiscito son menores morales que sin embargo se niegan a reconocerlo —y a quienes nadie les ha dicho que su voto fue un acto de extrema irresponsabilidad—: votar “No” al acuerdo era votar por el riesgo de que siguiera la guerra.

De aquí debo exceptuar a los muy pocos (supongo) que en efecto querían que siguiera el desangre, y a los otros (muy pocos) que asumieron la responsabilidad moral por el desangre que podía seguirse de su voto: esos fueron adultos.

Sin embargo, la inmensa mayoría prefirió no mirar ese riesgo y se escudó bajo argumentos más o menos sofisticados o simplones. Esto también incluye el argumento de que tal vez, o que probablemente, o que muy probablemente, las Farc no seguirían la guerra —porque aun entonces votaron por el riesgo de la guerra—.

Como este juicio ofenderá a muchos de mis amables lectores, sencillamente les diré que si todos hubiéramos sabido que las Farc no iban a seguir la guerra aunque ganará el “No”, casi todos hubiéramos votado en contra de las concesiones a una guerrilla que todos rechazamos en Colombia. Así de simple.

La escogencia de los adultos consistía en tener paz a costa de la impunidad, no una paz gratis ni una eventual justicia penal sin que las Farc mantuvieran su violencia. Independientemente de si votaron “Sí” o “No”, los (pocos) adultos fueron quienes abordaron sin disculpas este dilema moral de veras angustioso.

Una cosa completamente distinta —y por supuesto muy afortunada— fue que el proceso de paz se mantuviera a pesar del “No” (y que de hecho mejorara el acuerdo). A Colombia, como suele decirse, se le apareció la Virgen.

Y a quien la Virgen se les apareció primero fue a Uribe y a sus cómplices del “No”, porque quedaron sin la responsabilidad de que siguiera la guerra y con el monopolio de las críticas a las concesiones que hubo que hacerles a las Farc para acabar su violencia.

Es lo que han hecho religiosamente desde entonces. A cada paso y cada día le refriegan a Santos las prebendas, las injusticias, las inconsistencias y los contrahechos jurídicos de los cuales están llenos el acuerdo y su famosa “implementación”.

Los dirigentes del “No” son niños o deshonestos que se salieron con la suya y que ahora pueden darse el lujo de jugar con la moneda de una sola cara.

Y en un país de niños es de prever y de temer que esos niños-deshonestos son los que van a ganar las elecciones que vienen.

* Director de la revista digital Razón Pública.

 

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