Sexo en la cárcel

Mauricio Rubio
15 de noviembre de 2018 - 05:00 a. m.

La penitenciaría de San Onofre, en Buenos Aires, es el escenario de El marginal (Netflix), una cruda lección de delincuencia y corrupción latinoamericanas.

Carla es una adolescente que con su abuela, prostituta consagrada, atiende presos y guardias en visita conyugal. Emma, trabajadora social estrenando puesto, aún ajena a las marrullerías que untan hasta al director del penal, rechaza esa explotación: sospecha que la abuela obliga a Carla. Sólo al encontrarla tirada en la calle, golpeada, con rasguños y morados, logra hablar con ella, quien le cuenta que su hermano Oaky está preso en San Onofre.

–A los dos nos crió mi abuela. Él prefirió estar en cana para no verla. No sabes lo hija de puta que es mi abuela. Seguro fue ella la que me mandó dar la paliza.

–¿Y por qué te va a hacer algo así?

–Porque le dije que no quiero trabajar más en cárceles.

Carla anota que preferiría compartir apartamento con otras chicas y poner avisos. Aclara que el trabajo de la abuela no se limita a atender presos.

–Ella maneja minas que son putas por obligación. Familiares de los presos, eso a mí no me cabe. Si sos puta, sos puta por decisión propia. El curro lo maneja alguien adentro. A mi hermano tendrías que preguntarle, seguro que él sabe.

Días después, Emma consigue conversar con Oaky.

–(Carla) me dijo que hay una red de prostitución de familiares aquí adentro y que vos sabés quién es la persona que la maneja.

–No, yo sé lo que saben todos. Traen un preso del interior, con la novia lejísimos, y llaman desde el penal con el cuento del desarraigo. Les ofrecen un relaburo con casa cerca de la cárcel para que lo visiten. Luego vienen y no tienen nada. ¿Sabés las pibas que conozco que vendieron todo para venir?

Difícil imaginar un esquema más funcional y verosímil de prostitución forzada que el descrito por Oaky para San Onofre. La demanda, permanente, de altísimo voltaje y voracidad, está garantizada, mucho más que en cualquier cuartel o destacamento militar con normas y un mínimo de autoridad. La serie ilustra que algo tan elemental como mantener el control en una cárcel puede ser una quimera. Desde el “call center” interno también funcionan extorsión y secuestro express. De sexo y droga se consume lo que sea, en cualquier momento y al precio que ponga quien lo vende. Este bajo mundo concentrado en un pequeño territorio lo sacuden recurrentes motines y enfrentamientos entre bandas dirigidas por mafiosos que mantienen contacto con jueces, magistrados, hasta con el ministro de Justicia. Las amantes de los capos son funcionarias, o novias de presos.

La historia de Carla y su hermano, criados por una familia que los pervierte o expulsa, es común entre pandilleros y prostitutas adolescentes en Centroamérica. El proyecto de vida de ella que, iniciada a la fuerza o con engaño por una pariente, pretende seguir en el oficio pero independiente también es usual, como lo es su rechazo frontal a que otras menores repitan su experiencia.

Así como las series colombianas sobre distintos guerreros revelaron facetas que la historia oficial del conflicto silenció o alteró para acomodarlas a directrices políticas, el guion de El marginal sobre la trata de mujeres es más creíble y conducente que la inútil letanía sobre misteriosas mafias que raptan jóvenes pobres para obligarlas a prostituirse. Cómo se nota que los guionistas son evaluados por un público que busca un mínimo de sentido común y coherencia con las historias reales, así no cuadren con ideologías decimonónicas.

Lo más sorprendente del esquema que describe Oaky es que ayudaría a explicar un resultado extraño de una encuesta reciente realizada a prostitutas bogotanas: para aquellas que reportan haber tenido un novio preso, los chances de haber sido forzadas a venderse son varias veces superiores; además, se iniciaron antes en la prostitución. Es la típica hipótesis no generalista que interesa investigar, ilustrar con testimonios y contrastar para diseñar intervenciones focalizadas de prevención.

–¿Y quién maneja todo eso? –le insiste Emma a Oaky.

–¿Por qué te lo debería contar a vos?

–Porque ayudarías a tu hermana.

–¿Sabés la cantidad de veces que vi esta película? Licenciadas como vos, lindas, y que hablan bien. Te dan dos, tres charlitas y después desaparecen. Y el patio no lo pisan en la puta vida.

Oaky es escéptico de la capacidad de Emma para entender y enfrentar injusticias desde su escritorio. Y eso que ella indagó, ató cabos sueltos, lo entrevistó a él y a Carla. La mayor parte de rescatadoras de prostitutas, militantes idealistas promotoras de la abolición, ni siquiera se molestan en charlar con las supuestas víctimas: no las soportan, las ignoran, las desprecian.

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