Notas de buhardilla

Si así va ser

Ramiro Bejarano Guzmán
15 de abril de 2018 - 04:55 a. m.

Uribe y sus alfiles del Centro Democrático han convertido el Senado en una inspección de policía, donde pretenden defender a gritos la honra de sus hijos y/o la propia, mientras ultrajan y calumnian a quienes los critiquen.

Lo que padecimos esta semana es sencillamente vergonzoso, pues el presidente del senado, Efraín Cepeda —caballero de buenas maneras—, tuvo que levantar la sesión porque Uribe vociferaba como una marchanta —perdón con ellas— cuando el valiente senador Carlos Fernando Galán volvió a cuestionar el inacabado litigio de la adquisición de unos lotes en Mosquera por los vástagos del expresidente durante su gobierno. Aunque Uribe se enfurezca, es imposible pasar por alto que sus hijos llegaron adolescentes a la “Casa de Nari” y de allí se fueron convertidos en poderosos empresarios o “emprendedores”, como ellos suelen presentarse.

La imagen de Uribe energúmeno elevando su dedo inquisidor y detrás suyo los miembros de su bancada (o gallada) en actitud retadora, animados por los alaridos de una senadora —Paloma , María del Rosario, Susana, Paola, o todas, da igual— insultando a Galán y a su familia, y lanzando disparates propios de su cosecha literaria, estremeció al país. Y digo que Uribe soltaba frases desatinadas, porque cuando Galán le recordó que su padre le había enseñado que “la política y los negocios son incompatibles”, ripostó que los negocios de sus hijos eran lícitos. ¡ Qué tal! Ningún negocio, por transparente o lícito que sea, debe estar cerca de los hombres públicos y de su familia, como lo enseñó Luis Carlos Galán a sus hijos, seguramente porque se lo oyó al doctor Eduardo Santos, reconocido padrino de tan sabia precaución. Cuando López Michelsen fue presidente puso sus bienes en un fideicomiso, pero los tiempos han cambiado y hoy no solo hay que situar el patrimonio presidencial en una fiducia, sino a los delfines.

Uribe también olvidó, o a lo mejor no lo sabe, que su argumento de que las sentencias proferidas en la acciones populares formuladas contra sus hijos es bien peregrino. Según la Sentencia C-622 de 2007 de la Corte Constitucional, los fallos adversos a los actores populares no hacen tránsito a cosa juzgada si aparecen nuevos hechos o pruebas, como parece que está ocurriendo en el malhadado pleito de Tomás y Jerónimo, que tanta exaltación provoca a su progenitor. El asunto no puede resolverse en el hemiciclo sagrado de la democracia, sino en los estrados, de manera civilizada, sin bronca, pues el proceso judicial no es una guerra, sino un mecanismo pacífico de dirimir las diferencias entre las partes.

Estamos muy cerca de que se repita en el Congreso la balacera de 1949 durante el gobierno sectario de Ospina Pérez, cuando cayó abatido un congresista liberal por los disparos de uno de sus colegas conservador, episodio nefasto en el que también resultó herido un destacado patricio liberal que murió a los pocos días. Cuando veo a Uribe siempre furioso, me asalta la inquietud de si vive en paz o su vida privada es tan azarosa como la pública, pues es evidente que él no goza del inmenso placer de convencer a nadie, porque a gritos eso no es posible, ni mucho menos del de dejarse convencer, porque quien discrepe es bandido, asesino, guerrillero, etc. O, como dice Daniel Samper, le monta la infernal “trituradora de honras”, como lo hacen siempre los uribistas, sin excepción.

Por todas esas cosas inquieta el inocultable temor reverencial de Iván Duque por Uribe, tanto que no fue capaz de responder la contundente pregunta que le formularon sobre qué haría si una de las 276 investigaciones contra su jefe llegare a concluir con su detención. Le habría bastado decir que no cree que eso llegue a suceder, para no irritar a su susceptible patrón, y, además, recordar que en una democracia el Ejecutivo no se mete en las decisiones judiciales, para quedar mejor con la historia. Pero prefirió sacar el cuerpo.

Duque, mandatario de Colombia; Uribe, presidente del Congreso y, además, una sola corte, lo más parecido a un manicomio. Que entre el diablo y escoja.

Adenda. Maurice Armitage, alcalde de Cali, además de arbitrario resultó un desastre. Empresarios en el sector público son una catástrofe.

notasdebuhardilla@hotmail.com

 

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