Siete cisnes y su impacto social

Carlos Enrique Moreno
05 de abril de 2020 - 05:00 a. m.

El coronavirus está generando a nivel mundial un choque de oferta y de demanda, un desplome de commodities y disparando otra crisis global de deuda; factores que derivan en escasez alimentaria por falta de insumos básicos e intermedios, lo que conllevará una crisis social de impacto global.

Este choque de oferta y de demanda se da cuando millones de personas no pueden trabajar por la cuarentena o por temor al contagio, entonces se quiebran las cadenas globales de valor, se bloquean las fronteras y el comercio global se frena, generando un evidente impacto en la oferta de bienes. Se afecta la producción de alimentos, calzado, ropa, medicamentos, productos electrónicos, autopartes, etc., resultando que el problema no es de China o Italia sino global. La falta de productos más el cierre sanitario de los países crean una profunda crisis de demanda, ya que la gente tiene pocos ingresos o carece de disposición para consumir, sumado a la reducción de horarios laborales o al desempleo. Hay sectores casi paralizados como aerolíneas, restaurantes, teatros, eventos deportivos, hoteles, centros comerciales, servicios personales, talleres, entre muchos otros.

Es claro que salvar vidas es la prioridad y que parte de la solución es aplanar la curva, adoptando el distanciamiento social, lavado de manos, etc. Pero a medida que se aplana la curva, se empina la curva del costo social, la parálisis, los ingresos perdidos, la pobreza y hasta el hambre. Hay una fina línea entre las medidas de aislamiento social y la parálisis económica. Expertos sugieren masificación de diagnósticos que permitan un tratamiento más quirúrgico y selectivo de la cuarentena y más enfocado a grupos vulnerables. Llamamientos a cuarentenas masivas por muchos meses son una irresponsabilidad.

Para completar el panorama, desde el 2010 en el mundo está emergiendo una gran ola de acumulación de deuda que entra nuevamente en crisis. Un derroche sin precedentes en préstamos públicos y especialmente privados ha hecho que la deuda mundial se acumule en US$229 billones al final del 2018, dos y media veces el PIB global. La ola actual tiene similitud con episodios anteriores, pero difiere en su tamaño excepcional, la velocidad y amplitud.

En toda esta tormenta global perfecta, hay que señalar que el manejo que Colombia le ha dado al tema es sobresaliente. Las medidas sanitarias y sociales se han tomado prontamente, pensando en la población más vulnerable. El presidente ha mostrado un liderazgo excepcional. Como siempre, se podrá argumentar que hay más que hacer, pero creo que vamos por el camino correcto. Sin embargo, es imperativo que pensemos desde ahora el manejo en el mediano plazo. Vamos a necesitar una especie de Plan Marshall a la colombiana, que combine simplificación de la toxicidad normativa que frena el desarrollo con un impulso sin precedentes a la producción agropecuaria, una sustitución de importaciones 2.0, unas masivas inversiones en construcción y obras publicas que masifiquen el empleo, y una revisión a todas las posibles fuentes de financiamiento para poder generar las redes de protección social, sobre todo para el sector informal. En mi próximo artículo profundizaré en estas medidas.

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