Siete siglos de un sueño (I)

William Ospina
07 de febrero de 2021 - 03:00 a. m.

Robert Browning escribió que comprender las leyes del mundo es ver escrito en la leyenda de los siglos en grandes caracteres lo que en letra menuda cuenta el relato de nuestra propia vida, porque ambos textos coinciden. Ese juego de reflejos entre lo grande y lo pequeño respondería a la famosa sentencia: “El orden inferior es un espejo del orden superior, las formas de la tierra corresponden a las formas del cielo; las manchas del jaguar son un mapa de las incorruptibles constelaciones”.

Hace siete siglos un hombre intentó crear con palabras, con las facultades de su mente y de su memoria, una réplica verbal, una especie de modelo a escala del universo, como podía concebirlo su tiempo.

Desde niño, Dante Alighieri estaba enamorado de Beatriz Portinari. Era un amor opresivo y doloroso, hecho de veneración y de deslumbramiento. Dante, más que amar a Beatriz, la adoraba de una manera religiosa y patética, sentía el terror de la belleza, el pánico de su cercanía, sentía el poder de Dios acechando en su mirada. El amor, dice Borges, le permitió ver a Beatriz como Dios la veía, y tal vez por eso nunca se atrevió a acercársele.

Como era de esperarse, ella un día se casó con otro, y cuando Dante intentaba apenas reponerse de ese duelo, Beatriz, muy joven aún, enfermó y murió. Dante comprendió de repente que el único tiempo en que habría podido ser dichoso había pasado, que el único ser con quien habría podido ser feliz ya no existía.

Necesitaba más que nunca creer en otros mundos porque en este ya lo había perdido todo. No acabamos de saber si una tarde tuvo un sueño o si fue más bien una visión. Lo cierto es que se le apareció su amada muerta, le reveló dónde estaba, y él decidió ir hasta la muerte a buscarla. Dante no se lo dijo a nadie, pero se preparó para su aventura.

Comprendió que para conocer el paraíso, así fuera apenas en la imaginación, tenía que conocer también el infierno. Para hacer ese camino que le permitiría verla de nuevo, tenía que recorrer las grutas fétidas y aterradoras del mal, los sótanos donde no hay esperanza, los peñascos de la mortificación, los cuadros incontables de la maldad humana, la desdicha, la humillación y la infamia. Regiones donde cada quien está atormentado por el demonio de sus propios actos, por la repetición, hasta el fin de los tiempos, de aquello que hizo en la vida. Y así concibió su idea de la justicia divina, el contrapasso, donde lo que fuimos e hicimos se repite sin fin, para enseñarnos, como después Swedenborg, que solo debemos hacer lo que quisiéramos hacer para siempre.

Algunos dirán que Dante decidió escribir un libro, pero lo que hizo fue seguramente más asombroso: vivió con el cuerpo y con la mente, “con alma, con sangre, con nervios, con músculos”, como diría un poeta nuestro, la aventura pecadora y temeraria de atravesar el infierno, construyéndolo al mismo tiempo con una filigrana tal que no solo lo hizo verdadero para sí mismo sino inolvidable para la humanidad; la aventura de recorrer después palmo a palmo el purgatorio y de llegar finalmente un día, aterrado, humillado, esperanzado, casi sin poderlo creer pero al mismo tiempo sin poderlo dudar, hasta un río tranquilo junto al cual estaba ella, y más allá del cual, entre soplos de música, no solo comenzaba el paraíso sino la morada de esa mujer que fue siempre su razón de vivir.

Dante fue la mente más ambiciosa de su tiempo y el viajero más temerario. Porque más valiente que explorar el mar como Colón, el cielo como Copérnico, el orden de los mundos como Giordano Bruno o Galileo, era atreverse a explorar también los reinos de la muerte, del pecado, de la fe, del amor, los antros de la perdición, las terrazas de la esperanza y un vórtice de seres luminosos, ese remolino de verdades y de símbolos donde tal vez se oculta Dios y desde donde nos mira.

Así recorrió Dante el camino que lo separaba de Beatriz, para encontrarla de nuevo, para caminar a su lado, ya no en el tiempo, sino en la eternidad. Osip Mandelstam ha comparado La Divina Comedia con un cristal de formas entrelazadas, una suerte de multiedro de trece mil caras que fuera también una colmena cósmica donde se atarean innumerables abejas, pero no formando solo panales de exquisita simetría, donde “el espacio surge virtualmente de sí mismo”, sino una red sensitiva, como la tela de una araña, una tela sutil donde lo mismo cada hebra que el diseño total ha brotado del ser que la habita.

Y George Steiner ha escrito este comentario: “Cristales, panales de miel, retículas vitales de la telaraña: cada uno es una analogía del hallazgo exultante de Mandelstam de que la totalidad de la Comedia «es una sola estrofa, unificada e indivisible. Una estrofa de 14.233 versos escritos, según nos dice la evidencia, a lo largo de diez años de desarticulación personal y de agitación política»”.

Lo que este comentario insinúa es que ese organismo de palabras, el poema de Dante, a través de un juego de intuiciones, de la erudición y la meditación filosófica, gracias a ese tejido de conocimiento acumulado que es una lengua, y mediante los poderes perceptivos y expresivos del ritmo, las resonancias de la rima, el poder órfico de la música verbal, un arte combinatoria de ecos y reflejos, de metáforas y de incontables recursos gramaticales, pudo llegar a convertirse no en un objeto de belleza añadido al mundo, sino en un modelo verbal de la mente y aún de la realidad misma

Nunca he podido entender la frase: “Basta un solo rubí para detener el curso de un río”. Pero La Divina Comedia sugiere ese rubí misterioso que detuvo un mundo y abrió otro, no como rayo de cielo sereno sino como resultado de las tormentas de la historia. En Dante es tan importante el poeta como el político, el filósofo como el naturalista, el sabio como el vagabundo y el gramático como el enamorado. Incluso como el más patético de los enamorados, que es el enamorado sin remedio de una muchacha muerta, alguien que es capaz, como Robert Browning ante el cadáver de la joven Evelyn Hope, de hacerle promesas: “No más. Toma este pétalo, tenemos que ser fuertes. / En tu fría, dulce mano, llévalo a donde vas./ Será nuestro secreto. Duerme. Cuando despiertes ,/ Podrás recordar todo. Todo lo entenderás”.

Ese amor que Dante entronizó en lo más alto de la pirámide celeste es el amor que abrasó sus entrañas desde la infancia; y el Dios de justicia y venganza que aprendió en el tribunal de espantos de su Toscana medieval terminó transfigurándose en esa visión tornasolada que forman los ideales de Agustín y las razones de Tomás, las florecillas y el canto de las criaturas de Francisco de Asís, a través de los laberintos verbales de los cátaros, de las juglarías de los señores de Montegnac, y del rumor de villanelas y sextinas de los trovadores provenzales.

Cada lección recibida le abría caminos. Como al andar de Buda a cada paso brota un loto de la tierra, cada verso parece abrir aquí una puerta que los siglos habían preparado. Dante las iba abriendo con sus llaves de plata, y podemos suponer que guardó la llave de oro para la puerta que no debe abrirse.

También está aquí el resurgir de un rostro femenino de la divinidad, que enseña el asombro y el cuidado con el universo. Dante tomó las palabras de una lengua que nacía en las calles, lejos de los palacios, y tejió con su música el idioma de una nación; tomó los miedos más antiguos e hizo con ellos los milagros más nuevos. La humanidad lleva ya siete siglos leyéndolo, y cada vez está más deslumbrada.

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Caliche(62305)08 de febrero de 2021 - 08:29 p. m.
Gracias por compartir estos bellos ensayos literarios.
H. Callejas(4167)08 de febrero de 2021 - 01:47 a. m.
Excelente leer columna. Ya estaba un poco reiterativo con el tema de la pandemia.
zeksalev(5755)08 de febrero de 2021 - 02:25 a. m.
Con perdón de los expertos....veo mucha floritura verbal; contraposición de imágenes; citas literarias e históricas, cultamente adosadas, pero sin contexto articulador justificable; y, sobre todo y antes que todo, una carencia teleológica en el trayecto escritural. Queda un vacío, insondable, insoluble, al final de la lectura o sólo la sensación de que, en realidad, no se ha comunicado nada.
shirley(13697)07 de febrero de 2021 - 07:08 p. m.
"..Hay que tomar los miedos más antiguos y hacer con ellos los milagros más nuevos". Pareciera una invitación,a través de los siglos,que nos hace el poeta a esta tremebunda Colombia.Toda ocasión es propicia para encausarnos en nuestro ideal como Nación y pueblo.Cada lectura,cada poema,cada testimonio,nos ha de conducir por la senda de nuestros pasos anhelados pero enredados,en pos de ese sueño.
JUAN(43849)07 de febrero de 2021 - 05:50 p. m.
Es un privilegio poder leer a William Ospina. Su escritura, su sabiduría nos es necesaria como el agua.
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