Cuadro por cuadro

Silence (2017) o el arte de pisotear biblias

Columnista invitado EE
27 de marzo de 2017 - 09:52 p. m.

Por Deivis Cortés *

Silence: Saving Private Ryan (1998) con jesuitas. Liam Neeson haciendo de Matt Damon y Andrew Garfield haciendo de Tom Hanks. La comparación con Spielberg no es gratuita. Tanto Scorsese como Spielberg funcionan mejor cuando hacen películas personales. No es este el caso.  

Silence no es una película de Scorsese; es apenas una película dirigida por Scorsese. Una película donde se limita a administrar y ejecutar un material que siente relevante para la sociedad de su tiempo. Una película que puede archivarse, junto con The Last Temptation of Christ (1988) y  Kundun (1997), en el estante espiritualoide del director. Un estante que tiene un lugar importante en la casa, desde luego, pero que no se revisita casi nunca. Un estante equivalente al baúl spielbergiano donde se guarda The Color Purple (1985) y Amistad (1997). Un estante diferente (antagónico) al altar donde posicionamos Taxi Driver (1976), Ranging Bull (1980) y Goodfellas (1990)

En Silence Scorsese es más comunicativo que expresivo. Juega a ser Sidney Lumet: entregar un material (ajeno) con efectividad. Nada más. Por suerte Scorsese no puede dejar de ser él mismo del todo. Su personalidad se deja ver a pesar de su contención. Montaje vibrante en algunas secuencias de flashback, movimientos de cámara atrevidos (aunque escasos) y escenas ligeramente humorísticas (imágenes blasfemas; feligreses neófitos más cristianos que los cristianos y más traidores que Judas) nos recuerdan al Scorsese que queremos y no al que la gente bienpensante quiere reclutar.

A lo largo de la película varios personajes pisotean biblias para negar su fe. Eso mismo hace Scorsese: pisotear su biblia estilística tal como lo hizo con Cape Fear (1991), Hugo (2011) y Shutter Island (2010). Scorsese declaró que su intención al hacer estas películas se derivaba de un interés genuino por el material. En Cape Fear era la devoción por la película original de Thompson y la oportunidad de hacer un ejercicio estilístico hitchcockiano. En el caso de Hugo era la devoción por un material que le permitía regodearse en su cinefilia militante. En Shutter Island había también resonancias hitchcockianas, pero el fin último parece haber sido la intención de aprovechar a un escritor de moda (Dennis Lehane) previamente adaptado por su colega Eastwood (Mystic River - 2003) y un prometedor debutante tras la cámara (Ben Affleck con Gone Baby Gone - 2007).

Aunque el ejercicio funcionó bien con el remake “infiltrado” de Infernal Affairs (2002), es claro que el mero interés por un material preexistente (literario, periodístico, cinematográfico) no es suficiente justificación para su adaptación. Es necesario que ese material (o la lectura del mismo) tenga conexiones fuertes con el proyecto estético del director en cuestión. De lo contrario no tendrá sentido o sucederá algo como Silence: una película correcta a secas, hecha casi con desidia y desinterés. Muchos directores se arriesgan a reinventarse enfrentándose a materiales distantes a su espíritu, pero también es cierto que en la mayoría de los casos las razones son más pragmáticas que románticas: aprovechar la coyuntura de determinado tema candente, evitar que se venzan los derechos de determinada obra adquirida o evitar que algún otro director no se les adelante en la empresa. 

Scorsese y Spielberg: no pisen las biblias de su cine; ni siquiera para hacer películas religiosas. 

* Docente de cine e investigador de la Universidad Nacional. dacortesp@gmail.com

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