Simetría vegetal en blanco y negro

Cristo García Tapia
24 de octubre de 2019 - 05:00 a. m.

Sus jeroglíficos de cañaflecha lo definen como un prodigio de geometrías y abstracciones elementales. De simetría vegetal en blanco y negro, cuya esencia va más allá de lo blanco y de lo negro.

Una ecuación de dedos y símbolos; de cosas que se transmutan en alma, en signo indeleble de la tierra; en el limo que habita desde el origen mismo el Zenú.

Orfebrería vegetal que se cocina entre el barro y la bija, y purifica en el sumo de una raza que así mismo trenza la historia inmemorial de sus venturas y desgracias.

De sus ires y venires sin cuento por la ocupada geografía de sus dominios ancestrales, de sus dioses expulsados. De sus aguas sagradas y montes arrasados; de sus peces exterminados en la honda corriente de un río ajeno en el cual no anidan ya sus mitológicos pájaros fluviales.

Entre esa espesa combustión de vida, entre la abigarrada vegetación de montaña, agua y sabana que delimita los dominios imperiales del río que domaron en lo más remoto de su infancia, tejió el Sinú la geometría infinita de sus signos y señales. De sus garabatos del habitante. De su simetría vegetal en blanco y negro.

De cuanto es el vueltiao. Un garabato, un sombrero, señal indeleble del hombre Zenú transmutado en Caribe, cuyo universo y realidades cotidianas, de mitologías imperecederas, cabe entero en ese tejido de asombrosas conjeturas vegetales, espaciales y humanas, identitorias de su alma.

Quién sabe si sus vueltas en blanco y negro sean, en la lectura de una cosmogonía propia y representativa, la luz y la tiniebla que devienen en Vida y Muerte.

Y su ecuación infinita de fauna y flora, aquella síntesis de su paso de lo terreno a lo etéreo.

Y esa amalgama de signos y símbolos, el destino prefigurado de sus hábiles tejedores en el más allá de sus mitologías. Menos aciago y truncado éste, que el más acá que hoy les depara la exclusión y el arrinconamiento padecido en los propios territorios de sus realidades y etnias.

Eso como totalidad, como simbiosis de lo telúrico y lo imaginario que lo constituye, es el sombrero vueltiao: una expresión, un sentir, un hacer, una bandera del hombre Zenú, asentado mayoritariamente en Córdoba y Sucre, contra el torbellino de la violencia y el despojo; de su aniquilamiento y exterminio.

Y es que, más allá del sombrero vueltiao, de ese imaginario vegetal, está el hombre que lo zurce como materialidad corpórea, viva, de ese avisar desde lo más hondo del origen: aquí estoy yo, este soy yo, con mi despojo a cuestas, recostado a la vera de los caminos que me pertenecieron, pero que ahora apenas si puedo transitar porque otros se los apropiaron, como el río que navegué desde el principio y ahora ya no me pertenece.

Sí, ahí, en el sombrero vueltiao, está el Zenú para perpetuar y reivindicar en esas tejeduras, jeroglíficos y símbolos, su identidad y pervivencia; todo aquello que lo predispone a no dejarse arrasar por la hojarasca del despojo y de la muerte.

* Poeta.

@CristoGarciaTap

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