Sin comunicación no hay terrorismo

Catalina Uribe Rincón
31 de agosto de 2019 - 05:00 a. m.

El terrorismo se diferencia de otras formas de violencia por su simbolismo. Su violencia no es una violencia cualquiera, sino una que vive de capturar las mentes y los corazones de sus seguidores. El poder del terrorismo depende del miedo que genera en unos y de la persuasión que consigue en otros. No en vano las guerrillas colombianas se han esforzado en construir sus personas públicas, adaptar sus mensajes y delimitar su audiencia. Dados los nuevos realzados en armas, vale la pena pensar en protocolos para que el periodismo haga parte de la solución y no del problema.

La tarea no es fácil. Si los medios se autocensuran, las especulaciones se reproducen. La tarea del periodismo es justamente que los ciudadanos formen sus juicios sobre hechos y no sobre rumores. El periodismo tiene que cubrir el terrorismo. El problema está en cómo narrar sin volverse parte de la narrativa. Es decir, en cómo comunicar sin caer en el rol que el terrorista ha preparado para los medios y, hoy en día, para todos nosotros. Cualquier tuitero, columnista o aficionado de Whatsapp corre el riesgo de ser un instrumento a disposición del terror.

Comencemos por el nombre. ¿Debemos permitirles a los terroristas que controlen su persona pública? ¿Acaso son súper héroes? Sus nombres los mistifican, los empoderan, los hacen más grandes de lo que son. Jesús Santrich es simplemente el señor Hernández. ¿Por qué dejarle llevar el nombre de su amigo muerto como si se tratara de un gran mártir? Iván Márquez es el señor Marín y El Paisa es el señor Velásquez. Todos tenemos derecho a controlar nuestra identidad. Pero, sabiendo el poder que la comunicación les otorga, ¿estamos de verdad en la obligación de reconocerles a los terroristas semejante deseo?

Sigamos con la tiranía del clic. Claramente hay noticias que atraen más que otras y el periodismo lleva ya varios años en aprietos de solvencia. Pero una cosa es publicar dietas detox y a los bebés de la monarquía británica, y otra es narrar eventos de relevancia nacional a cuentagotas y con tintes sensacionalistas. Un hecho no por hecho es verdad. La verdad necesita contexto, historia y perspectiva. Si la noticia no está lista hoy, simplemente hay que esperar hasta mañana. Los .com del mundo necesitan la misma disciplina profesional que los impresos, y la radio y la televisión tienen que comprometerse a balancear los datos y la opinión. Los paneles de expertos tienen sus límites.

Por último, está la audiencia. Tiene que haber una simbiosis entre los ritmos de los medios y nosotros. Los usuarios también somos parte del problema. ¿Para qué reenviamos tuits sin contexto y hacemos de toda rencilla política una noticia? Que Gustavo Petro tenga un encontrón con Paloma Valencia en nada informa sobre los nuevos alzados en armas. Y no, el país no es de petristas ni de uribistas. Hay muchas cosas que tenemos que negociar en nuestra democracia, y hay negociaciones muy duras y, peor, muy largas. Por su duración, el reto comunicativo es pensar una estrategia. La urgencia de la realidad nacional no puede hacernos títeres de unos viejos y delirantes criminales estancados en los años 80.

 

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