Sin Nina

Jaime Arocha
23 de octubre de 2018 - 06:00 a. m.

Entre el 29 y 30 de octubre, la Biblioteca Luis Ángel Arango (BLAA) realizará las “Conversaciones 20 años sin Nina S. de Friedemann” y el lanzamiento del fondo con los archivos que ella comenzó a entregarle a esa biblioteca en 1997, un año antes de morir. Alberto Abello, el director de la BLAA, me ha invitado a ver cómo su equipo cataloga la correspondencia de esa antropóloga con sus colegas nacionales y extranjeros, sus diarios de campo, mapas y bocetos cartográficos, la transcripción de las entrevistas que llevó a cabo o de los documentos que halló en archivos históricos, como el de lo que hoy sería una escritura pública del siglo XVIII, mediante la cual el gobierno colonial les reconoció a los cimarrones de los Montes de María sus derechos territoriales, políticos y culturales. Lo anterior, además de las películas que filmó y las fotos que tomó en diversos terrenos del Afropacífico y el Afrocaribe.

Ahora uno podrá rastrear cómo Nina logró investigaciones tan profundas, pese a las limitaciones de tiempo y la ausencia de un Google que hoy es inseparable de la cotidianidad. Por ejemplo, en 1982, cimentó nuestro recorrido por la llanura Caribe mediante cartas a intelectuales, artistas, músicos y bailarines de la región, de quienes además tenía perfiles biográficos que orientaban las conversaciones sobre el tema de esas salidas, a saber, la extensión y funcionamiento de las conexiones entre el Carnaval de Barraquilla y las conmemoraciones de vírgenes y santos patronos de la Depresión Momposina y el bajo Magdalena. Así, cuando llegamos a Ciénaga para documentar las Fiestas del Caimán nos estaba esperando el dramaturgo Guillermo Henríquez, quien coincidía con Nina en la relevancia de visitar al maestro Rafael Caneva sobre el mito de quien quedó con cara de caimán, luego de haber tomado un bebedizo que lo transfiguraba en lagarto para así espiar a las lavanderas de Ciénaga. Y nos llevó a charlar con la cumbiambera Digna Cavas, quien ya tenía más de 90 años y estaba ciega, pero quien nos narró cómo había movido su foyeye frente al presidente López Pumarejo, haciendo explícito su arrojo y el virtuosismo en su baile del caimán.

En Mompox, David Peñas, historiador y profesor del Colegio Pinillos, estaba al tanto de nuestra visita, de modo que nos introdujo a realizadores del carnaval, como Samuel Mármol, coreógrafo principal del baile de negros acerca de las luchas palenqueras; el poeta Gutiérrez, líder de las Pilanderas, quien escribía los versos que otras agrupaciones recitarían a lo largo de sus recorridos callejeros, además de Higinio Díaz, mecánico de motores fuera de borda y adalid de Los Coyongos, una comparsa sobre la relación entre esas aves, garzas grises y blancas, gallitos de ciénaga y grullones con las aguas del brazo de Loba. Ese año no saldría porque no tenían cómo remendar unos disfraces cuyo desgaste coincidía con la precariedad del espacio que compartíamos, según puede leerse en una conmovedora entrada en el diario de campo.

Además de guías sobre el uso de ese tipo de registros, habrá un foro referente a la antropología visual de la cual Nina fue pionera, y conversaciones entre académicos a quienes ella influyó. Los convoca la doctora Carmen Millán, directora del Instituto Caro y Cuervo, quien lanzará una obra inédita de Manuel Zapata Olivella, con prólogo del difunto Laurence Prescott sobre la correspondencia entre Zapata y el poeta africano-americano Langston Hughes. Será una conmemoración que en algo llene el vacío que desde el 16 de octubre dejó Roberto Burgos Cantor, cultor excepcional de la identidad afrocaribeña.

* Miembro fundador, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional.

 

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