SintraObama

Pascual Gaviria
24 de septiembre de 2008 - 03:00 a. m.

LA MIRADA DEL PARTIDO DEMÓCRAta sobre la situación de los sindicatos en Colombia se ha convertido en la más efectiva de las vigilancias. Una ronda permanente de cifras y reproches que incluso ha llevado al Ministerio de Protección Social hasta la carpa de los huelguistas.

Para gritar alguna consigna escondiendo su mueca de fastidio. Mordiéndose la lengua y cruzando los dedos por la espalda, el Gobierno ha tenido que hacer algunas venias para que el TLC sea una posibilidad. Y los sindicalistas que se dedican a pisar esas tres letras en sus marchas, ruegan para que la negociación sea eterna y la inspección imperialista se mantenga.

En Sabaneta y en La Estrella, dos municipios al sur de Medellín, trabajadores encargados de hacer los moldes de botellas de cerveza, vino y champaña, brindaron hace un año por el desenlace sorpresivo de su huelga de veintiún días. Paradójicamente el patrón es un ciudadano americano llamado Larry Ross, que terminó cediendo en su estrategia antisindical por orden indirecta de las mayorías en el Congreso de su país.

En 1999, Mr. Ross le compró a Peldar los activos y los contratos futuros de la producción de moldes y creó una nueva empresa llamada Moldes Medellín. Los trabajadores estaban sindicalizados y el nuevo patrón se comprometió a respetar la convención colectiva y buscar salidas concertadas para futuras negociaciones. Pero resultó que el gringo no era tan manso. Muy pronto creó nuevas empresas dedicadas también al arte de hacer hormas para inflar botellas y fue reduciendo la producción en Moldes Medellín, la única de sus hijas donde los trabajadores estaban sindicalizados y contratados a término indefinido. La hija calavera estaba destinada a la quiebra por la competencia dirigida por su mismo dueño.

Los trabajadores de las nuevas empresas eran jóvenes con contratos a seis meses o vinculados por medio de cooperativas de empleo. Para ellos la palabra sindicato tenía connotaciones subversivas y era sinónimo de despido. Durante un año los trabajadores de Moldes Medellín usaron el anzuelo del fútbol, las botellas de cerveza llenas, la marranada en diciembre y la cantaleta sobre los derechos laborales para romper el molde de sus colegas. Cuando habían logrado algún avance llegaron, en efecto, los despidos para los supuestos líderes en las nuevas empresas. Mr. Ross podía soportar a sesenta y dos trabajadores sindicalizados, ni uno más.

La estrategia llegó a su momento clandestino y los jóvenes ocultaban sus reuniones detrás de misas dominicales, aficiones futboleras y novias improvisadas. Cuando los trabajadores de las tres empresas presentaron los pliegos, Mr. Ross desconoció la sindicalización de quienes no pertenecían a Moldes Medellín. Sabía que la ley colombiana lo protegía y que si no había una etapa de negociación que él no tenía obligación de convocar, era imposible que se votara una huelga. Pero la huelga se votó y el Gobierno fue incapaz de declararla ilegal por la atención que algunos sindicatos norteamericanos habían puesto sobre el caso. No disturb, era la consigna del Gobierno colombiano para sus visitas al Congreso gringo. Así que el Ministerio de Protección Social recomendó un arreglo y Mr. Ross se vio obligado a negociar una convención colectiva con trabajadores sindicalizados de las tres empresas.

Los jóvenes de las nuevas empresas lograron igualar el salario al de sus colegas sindicalizados. Además, salieron de la dictadura de los supervisores que elegían según el humor de cada día quién era despedido y quién reportado para un aumento. Ahora hay más de doscientos trabajadores amparados bajo un mismo sindicato. Alguien nos mira. El ojo incómodo del águila yankee ha comenzado a ondear en las banderas con manos empuñadas y engranajes de algunos sindicatos.

 

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