Pazaporte

Soberanamente asesinos

Gloria Arias Nieto
03 de marzo de 2020 - 05:00 a. m.

Un año antes de empezar el siglo XX, el mundo celebra la Conferencia Internacional de la Paz, en La Haya. Temas: prevención de las guerras, codificación de sus normas y solución no violenta de conflictos internacionales.

20 años después nace -derivada del Tratado de Versalles y durante la Primera Guerra Mundial- la Sociedad de Naciones. Objetivos: cooperación internacional, paz y seguridad. La Sociedad se disuelve, golpeada por la crisis de los años 30 y con la frustración de no haber podido evitar la Segunda Guerra Mundial.

Pero el planeta no se podía quedar sin un techo protector y pensante que velara por un orden sociopolítico menos absurdo y discriminatorio.

Se reúnen entonces en San Francisco 50 países, y el 24 de octubre de 1945 firman la Carta de Naciones Unidas.

La ONU no nace en un mundo en paz; nace para lograrlo. Promueve y hace respetar los derechos humanos, la cooperación entre los pueblos y la resolución pacífica de los conflictos. En su ADN está el apoyo a las democracias y al desarrollo sostenible y equitativo de las comunidades. Desde siempre ha acompañado a los más vulnerados y vulnerables, migrantes en condiciones de indefensión, víctimas del desorden social, de las guerras y las exclusiones; ejerce y fortalece el derecho internacional y las causas humanitarias.

Nada en su naturaleza incluye la obligación de simpatizarle a los gobernantes, callar verdades incómodas o dejar de señalar atropellos contra los derechos humanos, la libertad y la vida. Faltarían a su esencia si sacrificaran misión, por oportunismo; responsabilidad, por adulación. Su compromiso es con la humanidad, no con los dueños del balón.

Si la ONU no sacara a la luz los exterminios, crímenes sistemáticos, masacres, genocidios, violaciones soterradas o macroscópicas a los derechos humanos, serían muchos más los que terminarían sus días soberanamente asesinados. La ONU no está para presidir el comité de aplausos a los presidentes. Somos ciudadanos de un país fragmentado, y no podemos permitir que nuestro fallido gobierno ataque a las organizaciones que nos defienden del silencio, de la intimidación, las desapariciones forzadas, las violencias físicas, económicas y emocionales. Si no hacemos respetar el papel de la ONU, terminaremos siendo cómplices y víctimas de un gobierno que no ha sabido -o no ha querido- comprender y actuar, frente a las graves alertas cotidianas, ni ante los cuerpos perforados por las balas.

Los derechos humanos no son un tema de soberanía nacional; así es que La ONU no solo tiene permiso, sino que tiene la obligación de denunciar las violaciones; no es animadversión contra nadie, es un designio formulado por el derecho internacional.

Falta madurez para entender que, si las peores expresiones delictivas suceden en las zonas más pobres, en las que tienen más ausencia de Estado y más presencia de economías ilegales, la culpa no es de quien lo hace visible, sino de quienes permiten que así sea. Peluquear las listas de colombianos asesinados, llenando de INRIs a los muertos, no les devuelve la vida a los líderes, defensores y excombatientes, ni logra el milagro de convertir al gobierno Duque, en eficiente.

La ONU no está para tapar la tormenta con las manos; lo suyo es ayudar a librarnos de las cortinas hechas de humo, de perdigones, falacias, exclusiones y fascismos. Dejémoslos hacer su trabajo; tal vez Duque y sus áulicos se inspiren, y aprendan a hacer el suyo.

ariasgloria@hotmail.com

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