Sobre fallas y vergüenzas

Juan Carlos Botero
06 de septiembre de 2019 - 05:00 a. m.

A estas alturas una cosa es evidente: nadie entendió realmente la fragilidad del proceso paz que teníamos entre manos. Todos creyeron que era una especie de piñata que se podía coger a palazos para ver qué frutos les llovían encima tan pronto reventara en mil pedazos. Y ahora que el proceso ha sufrido un verdadero revés, y se le ha salido parte del relleno, todos han comprendido que cada palazo era una falla irreversible.

Es asombroso cómo un solo incidente puede poner las cosas en claro. Con el discurso de Iván Márquez, rodeado de Santrich, el Paisa, Romaña y otros bandoleros, quedó en evidencia la realidad de los involucrados y los errores de cada uno. Quedó en claro lo que ni siquiera el fracaso del plebiscito ni la debacle electoral de la FARC pudo demostrar con tanta transparencia: la derrota militar de las Farc. Porque si antes este grupo guerrillero podía argumentar que tenía un proyecto bélico, ahora es evidente que sólo tienen lemas desgastados que no inspiran a nada, y mucho menos a la acción. Después de 52 años de matar y hacer correr la sangre en el país, eso sólo sirvió para convertir a sus soldados en una partida de narcotraficantes y delincuentes comunes. Una vergüenza.

Quedó claro el error colosal del Gobierno nacional, que en vez de apretarse las narices y abrazar el proceso de paz y jugársela a fondo por sacarlo adelante, por el bien del país y en aras de dejar atrás uno de los episodios más brutales y sangrientos de nuestra historia, prefirió ponerse a cuestionar, dudar, vacilar y criticar, abriendo una tronera que podría desencarrilar todo el proceso. Los cuestionamientos a la JEP, orquestados por el exfiscal, no calmaron al uribismo, al que le pareció demasiado poco, y a la vez enfurecieron a los defensores del proceso, a quienes les pareció demasiado. Esa estrategia ambivalente no sirvió para nada, y sólo ayudó a deslegitimar el proceso, y les ofreció excusas a estos bandoleros para dar un portazo y tirar la toalla. Una falla imperdonable.

Quedó claro que el uribismo, por odios personales, falta de grandeza y patriotismo, estaba dispuesto a que renaciera la guerra con tal de mantener fluyendo su combustible político, que se alimenta del discurso del odio, de la misma manera que un huracán se alimenta de agua caliente para devastar lo que está en su camino. Otra vergüenza.

Quedó claro que los encargados de sacar adelante el proceso de paz, con tal de lograrlo, no lo blindaron y ni lo dejaron funcionando bien. La implementación del mismo ha sido muy criticada, y con razón, porque una cosa es concebir y diseñar un proceso de paz, y otra muy distinta es concretarlo y ejecutarlo de manera eficiente. Y esa ha sido la mayor falla de todas.

Sin embargo, también ha quedado en claro algo positivo: los muchos que sí están comprometidos a volver la paz una realidad. Y lo justo es reconocer que, entre ellos, los primeros son los exmiembros de las Farc, desmovilizados y convertidos en partido político, que salieron a condenar la traición de sus compañeros y no se unieron a sabotear el proceso. Son más de 10.000 miembros que se apartaron de Márquez y su tropa de bandoleros. Y conforta ver que hay unos, al menos, que sí se la están jugando a fondo y a favor de la paz. Y que no están dispuestos a participar en tantas fallas y vergüenzas.

 

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