Sobre la misma tierra

Weildler Guerra
01 de agosto de 2020 - 05:00 a. m.

El 30 de julio fue proclamado por la Asamblea General de las Naciones Unidas como el Día Mundial contra la Trata de Personas. Con tal motivo el pasado jueves se realizaron diferentes eventos en Colombia para hacer visible la persistencia del comercio o tráfico de personas “con propósitos de esclavitud laboral, mental, reproductiva, explotación sexual, trabajos forzados, extracción de órganos, o cualquier forma moderna de esclavitud contra la voluntad y el bienestar del ser humano”. Este es un delito internacional que tristemente se mantiene desde hace siglos en el mundo.

Este día en particular puede llevarnos a evocar una de las novelas del gran escritor venezolano Rómulo Gallegos llamada Sobre la misma tierra, publicada en 1943. En esta obra el autor, quien llegó a ser Presidente de Venezuela, denuncia a través de las actividades ilícitas de su personaje Demetrio Montiel, un miembro de una destacada familia de Maracaibo, la venta de indígenas wayuu desde Colombia para ser empleados en el trabajo agotador de las haciendas del Zulia pertenecientes a poderosos terratenientes. Este personaje es tomado de la realidad y perdura en la memoria colectiva como Diablo blanco o Diablo contento. Su hija indígena, Cantaralia o Remota Montiel, figura central de la novela, dedica su vida a tratar de rectificar los abusos de su padre y a la reivindicación de la gran familia guajira en proceso de desintegración.

La trata de seres humanos persiste en muchas zonas del mundo. Muchos ciudadanos ven esta práctica delictiva como un fósil de la historia o como una aventura propia del ámbito de la ficción literaria. Pero ella crudamente existe hoy y para ejecutarla se emplean diferentes medios como: uso de la fuerza, coerción, secuestro, fraude, engaño, abuso de poder o el dar pagos o beneficios a una persona que tiene el control de la víctima. Todo ello se hace “con fines de explotación, que incluye la explotación de la prostitución ajena, la explotación sexual, el trabajo forzado, la esclavitud o prácticas similares y la extracción de órganos”.

Quienes vivimos en zonas fronterizas nos hemos encontrado alguna vez con situaciones dramáticas vinculadas a este inhumano trato. Recuerdo en mi infancia a Violeta, una joven venezolana de unos catorce años, de dulce rostro, carácter ingenuo y cabellos cortados al estilo paje, que fue traída desde su país con engaños por una mujer mayor para prostituirla en Colombia. Rescatada por las autoridades fue devuelta a su familia en un emotivo reencuentro hace ya muchos años.

Un reto por enfrentar es el de profundizar en el conocimiento del fenómeno de la trata y sus reales dimensiones. Cuando la trata tiene fines de explotación sexual es conveniente adoptar la perspectiva de género, dado que las mujeres y niñas presentan mayor tendencia a convertirse en víctimas. La cooperación entre países es clave, pero no debemos olvidar que este fenómeno puede darse también entre regiones del mismo país. Tampoco se debe confundir, como sucedió recientemente en Colombia, por pura ignorancia, prejuicios invencibles o simple mala fe, instituciones como el matrimonio indígena con la trata de personas. El compromiso de todos en el mundo es que la trata o comercio de seres humanos no siga persistiendo sobre la misma tierra.

wilderguerra@gmail.com

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