Sobre la productividad

César Ferrari
11 de julio de 2018 - 02:00 a. m.

Todos los estudios económicos indican que las micro, pequeñas y medianas empresas cuentan con menor productividad laboral que las empresas grandes y muy grandes, es decir, producen menos valor agregado por trabajador que las segundas. Cuanto más grande la empresa, la productividad laboral tiende a ser mayor.

No es de extrañar, las empresas pequeñas cuentan con menos stock de capital que las grandes. Sucede que el nivel de productividad laboral está poco relacionado con el empeño, el esfuerzo y la dedicación que los trabajadores ponen en su actividad laboral; lo está, fundamentalmente, con la ayuda de las máquinas que tienen a su disposición. La razón es clara: un traje se puede confeccionar de dos maneras, cosiéndolo a mano o usando una máquina de coser; en el mismo tiempo, el sastre mecanizado producirá muchos más trajes que el sastre manual.

Hay una cuestión adicional. Como manejar máquinas más sofisticadas requiere más conocimiento, usualmente las empresas más grandes que tienen esas máquinas tienen también personal más calificado, lo que redunda en una mayor eficiencia en el uso de las máquinas y, por lo tanto, en una mayor productividad laboral.

De tal modo, así como en las empresas más grandes la productividad laboral es mayor, también la es en los países más desarrollados, y por la misma razón: cuentan con mayores stocks de capital y de conocimiento. Lo cual quiere decir que conforme las empresas y los países aumentan su capacidad de producción para crecer más aceleradamente, es decir, incrementan sus stocks de capital y conocimiento, aumentan también su productividad. No es que la productividad jalone el crecimiento, es el crecimiento el que jalona la productividad.   

Todo ello parece una obviedad, pero no lo es. Todo el tiempo se pide a las pequeñas empresas y a los países de menor desarrollo que aumenten su nivel de productividad para que crezcan más aceleradamente. No se tiene en cuenta que para crecer más rápidamente se necesita aumentar la capacidad de producción y eso significa incrementar el stock de capital. Y para ello, se requiere invertir y para hacerlo se necesitan recursos, sean propios o prestados.

Pero si las empresas o los países no generan sus propios recursos, porque las primeras dan pocas utilidades de tal manera que los segundos ahorran poco porque sus empresas son su principal fuente de ahorro, y ni unos ni otros acceden a fuentes de financiamiento, no hay forma de que crezcan aceleradamente.

Por otro lado, si las empresas son apenas rentables, con las justas para sobrevivir, ¿para qué querrían invertir en aumentar sus stocks de capital y conocimiento y, así, su capacidad de producción? Lo cual conduce a una segunda cuestión distinta a la de la productividad: la de la competitividad. Si las empresas no son suficientemente competitivas, es decir, que los precios a los que pueden vender los bienes o servicios que producen superan apenas sus costos de producción, es decir, no son adecuadamente rentables, significa que venden con dificultad y, entonces, ¿para qué producirían más?

Y si el contexto es de un precio alto del dólar, como el actual, ¿por qué las empresas no lo están aprovechando y exportando o compitiendo con importaciones exitosamente? Porque: 1) no tienen oferta para exportar; 2) no invierten para aumentar su capacidad de producción y, así, generar más oferta, porque nadie les asegura que esa tasa de cambio y la rentabilidad correspondiente son estables, y 3) tampoco tienen recursos para financiarla.

Mejor dicho, si se pretende aumentar la tasa de crecimiento y así aumentar la productividad para favorecer la primera, se requiere resolver varias cuestiones: 1) contar con crédito abundante y barato para financiar el incremento del stock de capital; 2) por lo tanto, desarrollar un sistema bancario eficiente que pueda prestar en esas condiciones; 3) en consecuencia, establecer una política regulatoria que promueva la competencia entre los bancos; 4) inducir una tasa de cambio elevada y estable que garantice rentabilidad empresarial de largo plazo; 5) establecer una política monetaria que la garantice. Salvo mejor parecer.      

* Ph.D. Profesor titular, Pontificia Universidad Javeriana, Departamento de Economía.

 

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