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¿Sociedad estática o sociedad dinámica?

Santiago Montenegro
16 de marzo de 2009 - 03:00 a. m.

EN EL ANIVERSARIO DE SU PRIMER medio siglo de existencia, ha habido un interesante debate sobre la importancia y el papel del Departamento Nacional de Planeación, DNP, en el desarrollo de nuestro país.

Las diversas posiciones han estado influidas por concepciones diversas de la sociedad en que vivimos.  Creo que para valorar al DNP es necesario plantear tres características del país.   Primero, una sociedad como la nuestra es compleja y está formada por una multiplicidad de actores políticos, regionales, sectoriales y de otras características.  Segundo, dicha sociedad es dinámica, cambiante y en muchos aspectos impredecible. Tercero, en esa sociedad compleja, diversa y cambiante, la solución de unos problemas crea, casi que automáticamente, otros problemas.

Durante mucho tiempo, yo pensé que  la mayoría de las personas, particularmente la gente cultivada y que había tenido acceso a la universidad, aceptaba que las sociedades son complejas y están siempre en movimiento y transformándose. Para mi sorpresa, mucha gente educada e influyente no piensa así, aunque a veces no sea muy consciente de ello. Podría dar muchos ejemplos, pero un argumento obvio en el debate actual es el de aquellos que sostienen que el país ya está suficientemente diagnosticado en todos los temas, que no hacen falta más estudios, que lo único que hay que hacer es ejecutar. Quienes argumentan que el país está ya suficientemente diagnosticado creen o sueñan con un país o una sociedad que está en quietud y es estática o va a estar pronto y para siempre en estado de quietud. Ese puede ser un propósito o un sueño loable, pero es utópico e irrealizable. La idea de que el mundo está permanentemente cambiando es una idea muy vieja.  Heráclito la articuló en el siglo VI antes de Cristo.

Este cambio se dará siempre y la sociedad no llegará jamás a la quietud. Ni a la quietud del pasado —de la supuesta felicidad de los tiempos primigenios de la humanidad, antes de la supuesta “caída del hombre”— con la que sueña el pensamiento más reaccionario; ni la quietud futura de una sociedad sin clases, como ha soñado el comunismo. Ni tampoco a la quietud implícita de los que argumentan que el país ya está suficientemente diagnosticado, que no hace falta hacer más estudios sino simplemente actuar y ejecutar. Esta aseveración, entonces, no es cierta. El país no está suficientemente diagnosticado y, aun suponiendo que en algún momento llegue a estarlo, muchos diagnósticos quedarían pronto desactualizados, precisamente porque el mundo o porque el entorno regional o porque las condiciones internas del país están cambiando. Así, al país le hacen falta muchos estudios en muchas áreas y aquellas que se han estudiado habrá que volverlas a estudiar porque se habrán desactualizado.

Si la sociedad fuese rígida, si la relación entre sus miembros fuese del tipo siervos y amos y si cada cual tuviese desde la cuna a la tumba un puesto previamente asignado; si, además, la sociedad fuese estática, inmóvil, si hubiésemos llegados ya al fin de la historia, como argumentó un filósofo norteamericano de tercera categoría a comienzos de los años noventa; si no tuviese problemas, o si existiese alguien que conociese ya la solución final a los problemas de la sociedad. En esa sociedad no harían falta los intelectuales, ni las universidades, ni los columnistas. Tampoco haría  falta una entidad como el DNP. Afortunadamente, la sociedad es mucho más interesante: es compleja, cambiante y también impredecible.

 

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