¿Son los tributos una de las “locomotoras”?

Mauricio Botero Caicedo
23 de abril de 2017 - 04:52 a. m.

La miopía es un error refractivo en el que los objetos cercanos se ven claramente, pero los distantes se ven borrosos. El problema de la miopía es que usar anteojos de color de rosa, como recomiendan los optimistas, lejos de corregir la situación, la agravan. La desventaja del optimismo es que lo lleva a uno a anular la realidad —a veces dura, pero que no deja de ser la realidad—.

Y si bien los optimistas anuncian que la economía puede crecer en el 2017 a una tasa levemente superior al 2 %, los pesimistas dudan que sea superior al 1 %. El problema es que para superar los problemas de fondo que enfrenta el país, la tasa de crecimiento debería ser superior al 5 %. Armando Montenegro, en un artículo en El Espectador (abril 2/17), señala: “Un observador externo, independiente de los grupos en amigable debate, podrá concluir con facilidad que la diferencia entre estos escenarios es bastante baja. Añadirá que, en cualquiera de los dos casos, la situación no es buena y que, a la luz de estos resultados, los crecimientos de la economía colombiana del 4 % o el 5 % parecen cosa del lejano pasado, difícilmente repetibles en el futuro próximo. Ante esta realidad, es tiempo de pensar otra vez en reformas estructurales que favorezcan el crecimiento, las mismas que, ante el dinero abundante de la bonanza petrolera, pasaron a un segundo plano en la agenda de las políticas públicas. De otra forma, no debería extrañarnos que Colombia termine estancada con un bajo crecimiento por muchos años, con un altísimo costo en términos sociales, especialmente en lo que tiene que ver con la reducción de la pobreza y la generación de empleo”.

Parte de los problemas de la economía colombiana tienen que ver con el gasto público. El desplome de los precios de los hidrocarburos y demás commodities, aunado al desbordado crecimiento en el gasto, agudizaron los desequilibrios fiscales. Para compensar los menores ingresos —sin disminuir significativamente el gasto—, el Gobierno pasó el costo del ajuste a los contribuyentes. Por motivos políticos gastó más en elecciones, en unos Acuerdos de Paz cuya implementación desaprueba el 74 % de los colombianos, y en tapar los hoyos abiertos por el reparto indiscriminado de la “mermelada”. (Solo este mes, con una tesorería haciendo gárgaras, el Gobierno está apretando el gasto). Dado que no se puede seguir exprimiendo a empresarios, profesionales, trabajadores y consumidores con más impuestos, se pregunta uno si en el Gobierno creen que los tributos son una de las “locomotoras”.

El segundo factor que explica la precaria situación económica es el notorio sesgo antiempresarial que impera en el país, sesgo que no solo proviene del Ejecutivo, sino del Legislativo y el Judicial. La avalancha de tributos, impuestos, cargas, reglamentaciones y normas que recaen exclusivamente sobre el sector formal, han hecho florecer a un sector informal que —libre de supervisión— adelanta sus transacciones en efectivo, totalmente por fuera del radar del fisco. Hoy en día la informalidad es el 50 % de la economía. Como bien lo señala Santiago Montenegro, “en Colombia no podemos olvidar lo que olvidaron en Venezuela. Que la riqueza, antes que repartirla, hay que generarla. Y que quien genera la riqueza es el sector privado en un ambiente de genuina confianza y libertad.” Con una inversión extranjera cayendo en más del 21 % en el primer trimestre y sin un sector privado formal y vigoroso, crecer por encima del 1 % no es realista.

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