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Sordos como tapias

Diana Castro Benetti
25 de septiembre de 2015 - 08:43 p. m.

Estamos sordos como tapias. Nos despertamos y seguimos sordos, cada día más sordos. Sordos para no tener que escuchar lo que no queremos oír.

Llenos de audífonos, caminamos con nuestro propio ruido. Le subimos el volumen a la radio, a la gritería, al insulto o al crujido de la cama. Espantamos el silencio. Algunos nunca cierran la boca ni callan su palabrería. Son la esclavitud de lo que se dicen a sí mismos. Como guiones conocidos, caminan las mismas historias, repiten los cuentos de lo que oyeron y prefabrican sus vidas en los espejismos. Estamos sordos de tanto orgullo y terquedad; ensordecidos por el más vehemente de los narcisismos.

Y cuando por azar logramos parar y escucharnos, vemos que somos aquella misma vieja cantaleta, como encarnando un único verbo desde el inicio de los tiempos. Hablamos para mentirnos, mentimos para no vernos. Nos traicionamos para seguir gritando que todavía somos el más fuerte, el que manda, el que impone, el que agrede.

Escuchar, por el contrario, es permanecer muy quedo y suave, casi inmóvil, en la delgada línea de lo invisible. Escuchar es decir menos, casi nada, poco. Es saber bajar el tono, el pasado y el rencor. Escuchar es desnudarse y dejar de narrarse. Es quitar las pieles viejas hasta desaparecer y no permitir que nos encarcelen las palabras. Escuchar es volverse invisible a lo obvio y evitar a toda costa que nos aprisionen las costumbres. Escuchar es reconocer los indicios de nuestras propias trampas para volar con el viento, el sol o el águila.

Y, más complejo aún, escuchar al otro tiene su pereque. Es un acto incómodo y perturbador. Fastidia porque exige estar atento al presente nunca vivido; exige consciencia de lo que no se dice, de la respiración, del calor, del entorno, de la entonación y de la cadencia. Escuchar al otro es no ser protagonista, hacer a un lado el exhibicionismo y abandonar las expectativas. Escuchar es percibir, intuir, sentir, estar atento a la verdad, la mentira, la locura, el amor, la tristeza. Escuchar es entrar en el misterio de la aceptación, porque, casi siempre, el que escucha es el que cambia. Como acto cotidiano, escuchar es la rebeldía y la subversión, convierte el miedo en paz y el futuro en belleza. Un vacío de uno y de todo. Un estado del alma.

otro.itinerario@gmail.com

 

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