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Hojas sueltas

SOS por el bioparque Los Ocarros

Alfredo Molano Jimeno
03 de agosto de 2020 - 05:01 a. m.

Luna es una tigresa mariposa que fue rescatada de un circo. Llegó con graves secuelas comportamentales. Odia a los humanos, no permite que se le acerquen a menos de un metro. En el circo, le mutilaron un tercio de la cola, le extrajeron un colmillo y la golpearon para “domesticarla”. “Duró seis o siete meses en cautiverio y llegó al bioparque siendo un animal juvenil, debía tener menos de dos años de vida. Probablemente cazaron a su mamá”, explica Diana Varón, bióloga llanera que trabaja en el bioparque Los Ocarros.

Celeste es una danta que nació en el bioparque. Es hija de Primavera, una danta vieja que fue recuperada cuando la trasladaban, amarrada de las extremidades, para venderla como carne de monte en La Primavera, Vichada. Fue hace más de 16 años, por lo que es uno de los animales fundadores del bioparque. Sin embargo, tenía un comportamiento extraño con sus crías: las mataba cuando nacían. Por eso los biólogos separaron a Celeste de ella en cuanto nació. “La levantamos a punta de leche de cabra, le enseñamos a nadar porque es un animal que tiene una relación importante con el agua. Hoy está en proceso de adaptación para ser liberada”, añade Diana.

Emit es una nutria gigante, una especie amenazada. Los pescadores las matan porque se comen los peces que ellos quieren ver en sus redes. Las nutrias son animales muy sociales. Llegó al bioparque entregada por un señor. “Estos animales viven en manadas, son lactantes hasta los cinco o seis meses y viven en las riberas de los ríos. Quienes lo cuidaron le daban leche de vaca y como son una especie muy sensible a la lactosa, llegó deshidratado, con su aparato digestivo atrofiado, flaco y al borde de la muerte. Lo tuve dos meses en cuidado particular, lo llevaba a mi casa porque no se podía dejar con otros animales y menos dormir solo. Le fui sustituyendo la leche por suero y después por leche de cabra, para luego irle introduciendo pedacitos de pescado. Toda una tarea. Le enseñé a nadar en una tinita, no sabía y necesita aprender a aplastar la nariz. Un animal cuidado desde tan pequeño por humanos es imposible de devolver a la naturaleza; se ponen en riesgo porque pierden el miedo a los humanos, sus principales depredadores”, narra la joven bióloga.

A Yummy, un oso hormiguero de unos cuatro meses, lo recogieron en la 4G que conduce de Villavicencio a Puerto López. Una tractomula petrolera lo atropelló mientras trataba de cruzar la carretera, probablemente en busca de alimento. Durante unos meses, los profesionales del bioparque curaron sus heridas, lo alimentaron con una costosa dieta de termitas y se aseguraron de que pudiera volver a caminar con su galope característico antes de devolverlo a su hábitat.

Hoy, la labor de Diana y de los más de 70 empleados que trabajan por recuperar y proteger la fauna de la Orinoquia está en riesgo por la pandemia. El bioparque, ubicado en las afueras de Villavicencio, opera desde 2002 y hoy cuida 638 ejemplares, de 146 especies diferentes. Se financia con la taquilla de visitantes. Tiene costos de más de $150 millones mensuales. No es un zoológico, es un centro de recuperación, protección y educación de nuestra gran riqueza animal. Su valiosa labor está en peligro de extinción y están buscando un salvavidas para sobreaguar, apelando a la generosidad y la solidaridad de la gente.

“Albergamos y cuidamos vidas. No podemos simplemente cerrar las puertas y quedarnos cruzados de brazos”, concluye Jimena Romero, directora del bioparque, donde mi hija Sofía aprende que en nuestro país no hay elefantes ni jirafas, pero sí jaguares y ocelotes, dantas y osos hormigueros. Esos que están despareciendo en nuestros llanos colombianos.

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