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Soy bruja y católica a la vez, aunque suene a contradicción

Columnista invitado EE: Camila Martínez
05 de agosto de 2020 - 05:01 a. m.

I. Señor, me has mirado a los ojos

Llorar es desahogo y el desahogo da espacio a un nuevo comienzo. Mi comienzo empezaba con una pregunta: ¿podrían estos nuevos pensamientos de auto análisis y crítica, que llegaron por medio del feminismo, conciliarse con años de fe y amor hacia un ser maravilloso como entendía a Dios?

Hace tres años, llorando en plena eucaristía sabía que mi fe no estaba perdida, solo estaba escondida por miedo a encontrarse con la rabia e inconformidad que yo tenía en ese momento con la institución católica propiamente, por los abusos y adoctrinamientos tan fuertes que había generado en toda su trayectoria como religión en el mundo occidental. Mi yo de ocho años, haciendo la primera comunión, claro que no veía eso, pero mi yo de 18 años, entrando a un mundo académico como lo es la universidad, lo vio con los ojos muy abiertos.

II. Mujer, escucha: ¡únete a la lucha!

Empecemos por lo primero: acercarse al feminismo no es fácil.

Existen mil y un maneras de acercarse al feminismo, pero para mí siempre debe existir un punto base: el proceso debe venir desde lo íntimo, desde lo más adentro de tus entrañas, que no solo lo sientas, sino que tengas esas ganas de vivirlo porque el comienzo del feminismo no es sencillo. Justo por eso es una lucha, ¿no? No necesitas saber quién es Virginia Woolf ni Simone de Beauvoir para acercarte a este concepto que parece tan lejano. Aquí se necesitan ojos para ver y ganas para cambiar, pero eso yo no lo sabía.

Admiración total sentía por mis amigas feministas. Recién estaba en mis primeros semestres de Ciencia Política, conociendo a mis compañeras empezaba a ver que la mayoría se consideraban orgullosamente feminista. Para ese entonces con mis 18 años había solo escuchado ciertas cosas respecto al término. Ver a mis compañeras hablar con tanta determinación me sorprendía: “¿cuántos libros se habrán leído estas viejas para saber tanto?”. Cuando me preguntaban si me consideraba feminista decía con seguridad: no. “¿Cómo puedo atribuirme ese calificativo tan grande e importante?”, me respondía en mi mente. Creía que para ser feminista necesitaba leer sobre el tema, informarme, saber la teoría, entender qué eran esas tales olas. Fui una de las muchas mujeres que ven el feminismo más grande que ellas. Gran error.

Pero de poquito a poquito me fui poniendo las gafas púrpuras, esos lentes de rayos X que van destapando pistas de en qué situación se encuentra la sociedad. Según ONU Mujeres, en el mundo, una de cinco mujeres refugiadas o desplazadas ha sufrido violencia sexual; en los países iberoamericanos, el 50 % de los empleos no garantiza la igualdad salarial por trabajo de igual valor; En Colombia, 78 % de las horas anuales que destinan los hogares al trabajo doméstico no remunerado son realizadas por mujeres. Pero donde más se ven esas pistas de que se va por mal camino es en la cotidianidad. En mi grupo de amigas, diez de diez hemos sufrido acoso callejero. El sexismo, micromachismo y la misoginia son el pan de cada día de cualquier joven, desde compañeros llamándonos perras por vivir una sexualidad libre, hasta amigos devaluando nuestra opinión en una discusión llamándonos “locas histéricas”. Ahí, al ver todo con esos nuevos ojos pensé: puta, sí estamos bien jodidas.

Jodidas pero berracas, las mejores luchas nacen del miedo y de la rabia.

Encontrarme con el feminismo fue una de las cosas más hermosas que he vivido en los últimos cuatro años. Es un proceso doloroso que da rabia. No es lindo descubrir cómo te han pisoteado en la vida por el hecho de ser mujer, cómo la sociedad construye un estereotipo de lo que debes ser y cómo tú misma has fomentado el machismo. La deconstrucción no es romántica; es cruel y tosca, pero es necesaria para proseguir al mejor paso: el cambio.

Por supuesto que al comienzo no lo ví, pero cuando fui empapándome de escarcha verde y morada mi feminismo se encontró con mi amor con Dios.

III. Somos las nietas de las brujas que no pudieron quemar, nos construimos para ser las abuelas de las brujas que sanarán

Soy católica, no ciega.

Qué proceso tan difícil es leer la Biblia con los lentes púrpuras puestos: misoginia y machismo por montón.

Génesis, 3;16. “Multiplicaré tus dolores en el parto, y darás a luz a tus hijos con dolor. Desearás a tu marido, y él te dominará”.

Eclesiásticos, 7:28. “Por más que busqué no encontré; entre mil se puede encontrar un hombre cabal, pero mujer cabal, ni una entre todas”.

Levítico, 12: 1-5. “El Señor dijo a Moisés: - Di a los israelitas: la mujer que conciba y dé a luz un varón, quedará impura durante siete días, como cuando tiene la menstruación”.

“Si da a luz una niña, quedará impura durante dos semanas”.

Deuteronomio, 25:11-12. “Si dos hombres se están pegando, se acerca la mujer de uno de ellos y, para liberar a su marido del que lo golpea, mete la mano y agarra al otro por sus partes, le cortarás a ella la mano sin compasión”.

Carta de San Pablo a los Corintios, 14:34. “Que las mujeres guarden silencio en las reuniones; no les está pues, permitido hablar, sino que deben mostrarse recatadas, como manda la ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten en casa a sus maridos, pues no es decoroso que la mujer hable en la asamblea”.

Eva no nos condenó. Los hombres que escribieron los textos que hoy conforman la Biblia lograron poner a la mujer en la posición más baja.

Muchos relatos de la Biblia se perdieron a lo largo del tiempo, algunos con menciones y descripciones más detalladas de la vida de las figuras femeninas de la biblia, aún así, los relatos que quedaron marcaron fuertemente el destino de la mujer en la sociedad. Por un lado, en el primer testamento Eva fue el argumento perfecto para condenar a la mujer de pecadora, rebelde y desobediente. Esto tuvo implicaciones radicales en cómo se vería a la mujer desde el catolicismo, siendo una de las principales razones por las cuales la institución está dirigida por hombres, desde el Vaticano con el liderazgo del Papa hasta la iglesia del barrio con el párroco.

Por otro lado, en el segundo testamento la Virgen María generó la representación del estereotipo perfecto de mujer compasiva, virginal, amorosa y, sobre todo, cuidadora de la familia. La mujer a partir de estos relatos nunca ha sido libre de prejuicios, llevando la cruz de las historias de Eva y María narradas en la Biblia: mujeres pecadoras, pero obedientes a su marido, obligadas a llevar el cuidado y bienestar de la familia. Lo difícil no es crecer en una religión que tiene como base semejantes referentes femeninos, sino darse de todo lo que ha producido el catolicismo no solo en la mujeres sino también en la historia.

Muchas personas creen que debemos cegarnos por nuestra fe, pero no somos conscientes que esa fe ha sido construida por una estructura dogmática muy fuerte, con discursos destructivos e inhumanos como las cruzadas, la Inquisición y la quema de brujas. Escudándonos en los designios de Dios, atropellamos, matamos, violamos y quemamos todo lo que estuviera fuera de nuestro dogma, aniquilando la pluralidad, eliminando al diferente y sembrando miedo en la sociedad.

Dios no es miedo, Dios es amor y compasión.

Insisto, soy católica, no ciega, y mi fe no puede quitarme mi visión crítica hacia mi realidad. Darme cuenta de todo lo que había hecho mi comunidad eclesiástica en nombre de Dios me da asco, porque sé lo hipócrita que puede llegar a ser una creyente, con discursos de respeto y amistad en la iglesia, pero fuera de ella, siendo sólo odio y desprecio por el otro. Ví muchas veces cómo miraban los fieles con desprecio a personas pobres o necesitadas después de salir de la iglesia. ¿Eso es lo que les queda a las personas después de salir del culto? Si es así, creo que le estamos interpretando a Dios de maneras muy diferentes.

La clave tanto de catolicismo como del feminismo es su interpretación.

IV. El espíritu de Dios está aquí

Hace poco, un colectivo feminista me invitó a un conversatorio sobre catolicismo y feminismo. Me sentía un poco fuera de lugar porque la mayoría de mis argumentos que defendían que sí puede haber un equilibrio entre fe católica y feminismo se basaban desde mi experiencia intima. Es muy complicado usar la fe como argumento, pero fue justamente ahí donde encontré la conexión más fuerte: tanto el feminismo como el catolicismo nacen desde lo íntimo, desde una interpretación única de la realidad.

Un hombre nunca podrá ver la realidad como lo ve una mujer, una persona no católica nunca verá la realidad como una persona creyente. Aquí no es cuestión de generar divisiones, no se trata de que el feminismo separe a las mujeres de los otros actores de la sociedad, como tampoco el punto es separar el catolicismo de las otras religiones y de los no creyentes. Lo esencial que cada quien ve y adopta su visión del mundo desde su experiencia, y que ojala sea una visión crítica, que cuestione y no trague entero.

A medida que desarrollé el conversatorio con mis compañeras vi un arcoiris de ideas maravilloso, descubrí que no existe un feminismo sino múltiples feminismos, desde las experiencias que compartieron mis compañeras desde su mirada de feminismo radical, hasta la mirada de un feminismo más liberal.

Es claro que si los acercamientos hacia la religión de una niña fueron a la fuerza, con imposiciones y de manera agresiva, ella relacionará la religión con esos conceptos. Filósofos hermenéuticos como Gadamer o Nietzsche presentan que nosotras mismas somos las que apropiamos conceptos y les damos significado. En mi caso me llegó primero el catolicismo que el feminismo, y no está mal ni bien, solo es un suceso que ocurrió. Yo me crié en una familia tradicional católica, que celebró más mi primera comunión que mi grado de primaria, que vio en un rosario de oro y una Biblia rosada un gran regalo para una niña -que por cierto amé-. Somos mujeres construidas desde la diferencia y eso está bien, lo que no está bien es creer que a partir de esas experiencias, somos menos o más.

Después de tener un conversatorio lleno de respeto, conocimiento y sororidad, permitimos que los asistentes abrieron sus micrófonos e hicieran comentarios; uno de ellos me llamó mucho la atención: “no creo que sea posible que una católica pueda salir a las calles y abogar por el feminismo, ellas no cumplen con principios básicos del feminismo”.

La intervención de la chica me ayudó a afirmar algo que venía pensando: no hay ni buenos ni malos feminismos, como así mismo, el feminismo no hace más o menos católica a alguien.

Llorar en una iglesia no me hace mejor o peor católica, me hace humana.

Gritar en las calles que si el papa fuera mujer el aborto sería ley no me hace mejor o peor católica, me hace ser consciente que los tiempos cambian y la mujer es dueña de su cuerpo, que se necesitan espacios de participación femenina en la institución.

Condenar a los padres y obispos que rechazan la transexualidad y la homosexualidad no me hace mejor o peor católica, me hace ser una persona que ama a su prójimo por igual y que celebra el amor en cualquiera de sus presentaciones.

Rezar un rosario no me hace más o menos feminista, me hace ser una joven que encuentra paz en la Virgen María.

Desestimar la idea de que la Virgen María fue violada por el Espíritu Santo no me hace más o menos feminista, me hace serle fiel a mi idea de lo que es la Inmaculada Concepción.

Creer en Dios no me hace más o menos feminista, me hace ser una mujer católica que encontró en el feminismo una nueva hermosa manera de luchar por la igualdad.

@camilam_l

Por Camila Martínez

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